sábado, 5 de diciembre de 2009

La prisionera


En su mano temblorosa sujetaba el celular. No quería leer el mensaje de texto que acababa de recibir. Pero era la respuesta que ella misma había pedido. Llevaba un mes esperando a que él volviera; la última semana había sido un tormento. Cuando él la llamó el día anterior para decir que estaba de regreso en la ciudad, a ella le había dado un vuelco el corazón. Resultó que él había vuelto cuatro días antes, pero no se había comunicado con ella. Hablaron de temas triviales y se rieron, y cuando ella le preguntó cuándo lo vería, él respondió con evasivas. Hoy se había propuesto averiguar qué quería hacer él y le había enviado un mensaje de texto preguntándoselo. La contestación fue precisamente la que temía. No volvería con ella. Ya lo había decidido. ¿Cómo era posible que ella hubiera cometido nuevamente el mismo error? ¿Cómo podía habérsele olvidado tan rápido? Porque no era la primera vez. Ya le había pasado con otros. Siempre pensaba que iba a ser diferente, que todo iba a salir bien. Pero cada nueva relación terminaba como las anteriores, con una fría y breve nota o llamada telefónica. Esta acababa con una pregunta: «¿Podemos seguir siendo amigos?» ¡Qué descaro! Ella ya lo había presentido; de esa forma Dios la había preparado para la decisión que su novio ya había tomado. Ella le había insistido a Dios, y después de recibir la nota, se puso a discutir con Él. No estaba conforme con la situación. No se merecía algo así. Se acostó temprano con la intención de dormirse y olvidarlo todo. Pero no dejaba de dar vueltas en la cama. Los recuerdos de los momentos felices que habían compartido se le aparecían como instantáneas en las que reían y disfrutaban juntos. Cada recuerdo era a cuál más doloroso. ¡Cuánto había perdido! ¿Cómo iba a olvidar el daño que él le había hecho?
«El perdón es la llave que abre la puerta del resentimiento y las esposas del odio. Es la fuerza que rompe las cadenas del rencor y los grilletes del egoísmo». E. C. McKenzie Eso. Se volvería insensible. ¡Esa era la solución! Los daría a todos por imposibles. Sería una mujer con el corazón de piedra. En principio, la idea le pareció genial; pero ¿de verdad quería vivir así? No lograba conciliar el sueño. Se incorporó, se arrimó a la computadora y se puso a repasar los títulos de su biblioteca digital. ¡Vaya coincidencia! El primero que le llamó la atención fue El resentimiento y el perdón. Una voz interior le gritó: «¡No lo abras!» otra le susurró: «Hazlo y serás libre». Lo abrió y se puso a leerlo. No era la primera vez que lo leía, pero en esa ocasión las palabras cobraron nuevo significado. Hablaba de personas que habían pasado por experiencias peores que la suya, de mujeres que habían padecido abusos indecibles, de padres que habían perdido a sus hijos en accidentes o asesinados, de familias separadas por la guerra. Sin embargo, cada una de esas personas aprendió a perdonar. Así pasó una hora, luego otra. Conforme leía se dio cuenta de que muchas de sus heridas estaban causadas por el resentimiento al que se había abandonado a raíz de fracasos sentimentales. En esas dos horas sus circunstancias no cambiaron en absoluto, pero ella sí. Se renovó por dentro... o casi. Sabía que había algo más que tenía que hacer. Decidió mandar un e-mail y para ello abrió una pantalla en blanco. Ahí se iniciaría el proceso de curación. Solucionaría el problema de inmediato, no desquitándose, sino con verdadero amor. Comenzó a escribir: Mentiría si dijera que no me sentó mal tu decisión; pero sé que mi curación interior empieza por contarte las decisiones que he tomado yo. Pedí a Dios que me ayudara a ver desde Su perspectiva el tiempo que hemos pasado juntos y nuestra separación. Ahora me doy cuenta de que Él quiere valerse de ambas cosas para dejarme enseñanzas vitales. También sé que no reaccioné como hubiera debido a tu decisión, porque no lo hice con amor. «El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor» (1 Corintios 13:4,5). Hasta ahora había llevado un registro mental de las malas pasadas que me hacían. «Fulano me hizo esto.» «Mengano, aquello.» «Zutano me volvió a herir.» Tras recibir tu mensaje, estuve a punto de añadir otro agravio a la lista. Ahora entiendo que eso no haría otra cosa que perjudicarme. Esta noche he aprendido que Dios no borra forzosamente los malos recuerdos, sino que les da la vuelta, de modo que dejen de ser factores importantes que incidan en nuestro sentir, pensar o actuar. Ahora me interesa más tu felicidad que la mía. Quiero perdonar para descubrir lo que significa deshacerme de verdad del resentimiento. Esta noche me topé con una frase que a mi juicio me ayudará a hacer precisamente eso: «Perdonar es poner en libertad a un prisionero... y descubrir que ese prisionero eras tú». ¿Me perdonas y aceptas mi perdón? Por supuesto que podemos seguir siendo amigos. Seremos mejores amigos por haber vivido juntos esta experiencia. Seguidamente dio el último paso pulsando el botón Enviar. La carta salió, llevándose consigo el dolor y el resentimiento y liberándola. Este es un caso verídico. Lo sé muy bien, porque la prisionera era yo.
Nyx Martínez es misionera de La Familia Internacional y vive en las Filipinas.

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