domingo, 6 de diciembre de 2009

El ofertazo

Jesús vino para hacernos la salvación lo más fácil posible. Por eso los dirigentes religiosos de Su época se empeñaron en que lo crucificaran. Según la religión imperante era poco menos que imposible salvarse a menos que se cumpliese con una serie de complicadas leyes y enrevesados rituales (Mateo 15:9). Jesús, en cambio, enseñó que lo único que tenemos que hacer para salvarnos es creer en Él —el Cristo, el Salvador—, confesar que somos pecadores, que necesitamos salvación, y pedirle que nos la conceda (Juan 11:25,26). Es imposible entender cabalmente la salvación; es tan inaprensible como la amplitud del amor de Dios. Por eso dijo Jesús que aceptar la salvación requiere una fe infantil. «Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los Cielos» (Mateo 18:3). Ambos conceptos están fuera de nuestro alcance. No se puede hacer otra cosa que aceptarlos. ¿Acaso entiende un bebé el amor de su padre o de su madre? No; únicamente lo percibe, lo recibe y lo acepta. Aun antes de entender el lenguaje hablado, antes de aprender a hablar, el nene ya capta y percibe el amor. Confía en sus padres, porque sabe que lo aman. Del mismo modo, tampoco es preciso entender plenamente a Dios para conocer Su amor y salvación. Basta con aceptar que Jesús, Su Hijo, es nuestro Salvador y pedirle que entre en nuestro corazón.
* * *Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los Cielos.* * * Puedes hacerlo ahora mismo. ¿No quieres la solución divina a todos tus problemas? ¿No quieres que Su amor y felicidad te llenen de alegría y te den un nuevo plan y objetivo en la vida? Él satisfará todas tus necesidades y resolverá todas tus dificultades. Así de maravilloso es, y así de fácil es todo. Jesús dijo: «Yo soy la puerta —la puerta de acceso a la casa de Su Padre, el reino de Dios—; el que por Mí entrare, será salvo» (Juan 10:9). Si quieres ir al Cielo, te basta con creer que esa es la puerta y cruzarla por fe.Salvado y perdonado El perdón es parte integral de la salvación. ¿Por qué? Porque el pecado nos aparta de Dios (Isaías 59:2), y nadie es perfecto: somos todos pecadores. La Biblia dice: «Todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios» (Romanos 3:23), y: «La paga del pecado es muerte, mas la dádiva [regalo] de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro» (Romanos 6:23). Las personas buenas se enorgullecen de ser mejores que los demás: «No hago esto, no hago eso otro, no hago lo de más allá». Pero es imposible ganarse el Cielo merced a la propia bondad, pues nadie puede llegar a ser tan bueno (Gálatas 2:16). Todos tenemos que admitir sinceramente que somos pecadores: «Cometo errores como los demás. Necesito un Salvador». Por eso murió Jesús por nosotros, porque todos somos pecadores y nos resulta imposible ganarnos o merecernos la salvación. En cambio, Jesús sí fue perfecto; gracias a ello pudo expiar nuestros pecados y obtener para nosotros el perdón divino. Todos necesitamos el amor y la misericordia de Dios para salvarnos, y ese amor y esa misericordia los encontramos en Jesucristo. La salvación es como un indulto: Dios se ha ofrecido a indultar a los culpables. Por muy malo que seas y por muy malas acciones que hayas hecho, Dios te otorga Su perdón. Si crees que Jesús murió para comprar tu salvación, la obtendrás y serás perdonado. «La sangre de Jesucristo Su Hijo nos limpia de todo pecado» (1 Juan 1:7), independientemente de lo que hayamos hecho. «Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos. Si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana» (Isaías 1:18). No hay maldad imperdonable; pero tampoco hay bondad que sea suficiente. No te puedes salvar tú solo, por muy bueno que procures ser, porque tu bondad siempre se quedará corta. Es imposible merecerse la salvación o hacerse acreedor a ella. «Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (Efesios 2:8,9). Hay gente muy orgullosa a la que le cuesta aceptar regalos. Quiere ganarse todo por sus propios medios. No obstante, a fuerza de empeño y buenas obras no te vas a salvar. El único capaz de salvarnos es Jesús. «Hay un solo Dios, y un solo Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre» (1 Timoteo 2:5). «En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el Cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos» (Hechos 4:12).
* * *Jesús compró nuestra salvación de una vez para siempre. Es un obsequio que Él nos hace.* * *La salvación no se pierde Una vez que hayas recibido a Jesús, ya nunca te dejará. «Al que a Mí viene, no le echo fuera» (Juan 6:37). Si tienes a Jesús, tienes vida eterna. Podrás perder la vida física, pero no la eterna. La salvación es para siempre. Dios no cambia de parecer ni falta a Su Palabra. Una vez que recibes a Jesucristo, tienes garantizada la vida eterna. «El que cree en el Hijo tiene vida eterna» (Juan 3:36). Eso es terminante. No hay peros ni condiciones de por medio. Jesús dice: «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:20). «No te desampararé, ni te dejaré» (Hebreos 13:5). «Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de Mi mano» (Juan 10:28). Esa certeza nos libra de la duda de si iremos o no al Cielo, y nos infunde paz interior. Jesús compró nuestra salvación de una vez para siempre. Es un obsequio que Él nos hace. La salvación es por gracia, por fe, y nada más. No hay que ser bueno ni para salvarse ni para permanecer salvo. Eso, por supuesto, no quiere decir que de ahí en más puedas vivir a tu antojo. La salvación es eterna —no la puedes perder nunca—; pero si cometes deliberadamente pecados y no te arrepientes de ellos, sufrirás las consecuencias. «El Señor al que ama, disciplina» (Hebreos 12:6). Al llegar al Cielo, las recompensas que recibas dependerán de cómo hayas vivido en la Tierra (2 Corintios 5:10; 1 Corintios 3:11-15). La salvación es un regalo, pero puedes hacerte acreedor a las bendiciones divinas —tanto en este mundo como en el venidero— esmerándote en conducirte como Dios espera que lo hagas. Además, si aprecias ese regalo como debieras, te nacerá amar a Dios y complacerlo en señal de gratitud.Una nueva versión de ti Jesús equiparó la salvación con volver a nacer (Juan 3:3-8). Así de trascendental es el cambio espiritual que se produce. «Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas» (2 Corintios 5:17). No te sorprendas, pues, si te llegas a sentir diferente y hasta cambias de manera de pensar y eres más feliz que nunca. Cuando Jesús pasa a formar parte de tu vida, no sólo te renueva, purifica y regenera el espíritu, sino también el pensamiento. Corta viejas conexiones y poco a poco hace nuevos empalmes que te dan un concepto diferente de la vida y nuevas formas de reaccionar ante prácticamente todo lo que te rodea. Nos resulta imposible efectuar semejante transformación por nosotros mismos. Sin embargo, Dios sí es capaz. Sólo tenemos que pedírselo. Puedes dar por sentado que cuando Jesús entre en tu corazón habrá cambios. Quizá no suceda todo de golpe, pero en la medida en que ansíes la verdad y te empapes de la Palabra de Dios, esa transformación se producirá (Mateo 5:6: Juan 8:31,32). Verás que cambiarán tu espíritu, tus pensamientos y tu rumbo en la vida. Serás feliz y rebosarás amor, pues «Dios es amor» (1 Juan 4:8).

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