jueves, 26 de noviembre de 2009

El lado malo de los entretenimientos modernos


¿Has observado que actualmente lo que más motiva las risas del público son los comentarios mordaces que hacen los actores para ridiculizarse y herirse el uno al otro? Eso se considera gracioso. Para mí es ofensivo. Cuando yo era chico, ese comportamiento resultaba chocante y ofensivo. Ahora en cambio suscita carcajadas en los espectadores. Ya casi no se ve ninguna película o teleserie en la que los niños no discutan ni tengan tremendas peloteras. Y los padres igual: están continuamente discutiendo y denigrándose el uno al otro delante de sus hijos, y de los tuyos. Ha llegado a ser la norma en las familias que aparecen en los medios de difusión; de ahí que a los niños no les extrañe en absoluto que los miembros de una familia se conduzcan así. Da lástima decirlo, pero probablemente es un fiel retrato del típico hogar norteamericano. Al fin y al cabo, la mayoría de las teleseries se producen en EE.UU. y van dirigidas al público de ese país. Si bien esa clase de trato puede considerarse la norma, eso no significa que sea aceptable. Es una falta de consideración, es hiriente y ofensivo. Y lo peor es que ¡es contagioso! Se está convirtiendo rápidamente en símbolo de la vida doméstica en casi todas partes, mayormente por la influencia que tienen esas teleseries en todo el mundo. ¡Qué horror! Los niños imitan lo que ven y escuchan, y por naturaleza tienden a copiar lo negativo. Los más pequeños, sobre todo, no siempre son capaces de distinguir entre el bien y el mal, y les resulta aún más difícil cuando se ensalza a los culpables de conductas réprobas haciéndolos parecer envidiables y buenos en otros sentidos. Los muestran bien parecidos, prósperos, simpáticos, más listos que las personas mayores y con plena libertad para hacer lo que les plazca. Los niños se encuentran en un proceso de formación de los valores sobre los cuales fundamentarán su conducta el resto de su vida. Es obligación de los padres orientarlos a través de ese proceso. Los cabezas de familia están faltando a su deber si dejan a sus hijos ver lo que quieran en la televisión sin ningún tipo de orientación ni explicación sobre lo que es y lo que no es socialmente aceptable. Eso vale también para los programas orientados a los niños, incluidos los que ostentan la etiqueta de didácticos. El solo hecho de que una película o serie de televisión esté catalogada de apta para niños no significa que sea buena para los tuyos. Corresponde a los padres tomar esa decisión. Ellos tienen también el deber de apartar a sus hijos de lo negativo, ya sea evitando exponerlos a esas influencias, o bien explicándoles por qué son perjudiciales y no conviene imitarlas. El mundo del entretenimiento mediático está que da pena. Podría ser un excelente medio de instrucción, como lo fue en otros tiempos; sin embargo, está cada vez peor. En los principales órganos de difusión actuales raramente se hace mención de Dios, como no sea en las blasfemias. El ocultismo se presenta como algo intrigante y genial. A las personas religiosas, en cambio, generalmente las pintan como si estuvieran chifladas. Cuando yo era chico, muchas películas hacían referencia a Dios y a la oración de forma positiva y reverente. Hasta los peores personajes terminaban casi siempre enmendándose y escarmentando. En aquellos tiempos las películas tenían un final feliz, con moralejas y enseñanzas. Hoy en día es todo lo contrario. A veces difícilmente se puede distinguir entre los buenos y los malos. Y lo que más repudio son esas películas en las que al final triunfa el mal. En las dramatizaciones griegas, la ópera clásica europea y las obras teatrales de Shakespeare ocurrían muchas tragedias; pero siempre dejaban alguna enseñanza. Para los griegos, el dolor y la tristeza que provocaban las tragedias eran beneficiosos por su efecto purificador. Las tragedias de ­Shakespeare tenían profundidad y sentido. Todas las fábulas de Esopo tenían su moraleja al final. En contraste, la mayor parte de la música, las películas, la televisión, los videos y otras formas de entretenimiento de la actualidad no comunican nada serio y valioso. Lo dejan a uno con una sensación de desesperanza. «Todo es una calamidad. El mundo está desquiciado. Dios debe de ser un monstruo para haber creado un mundo así». Se lo achacan todo a Dios. Aunque no lo nombren, eso dan a entender: «¿Qué culpa tengo yo? ¡Es injusto! ¿Por qué me tiene que suceder esto a mí?» En los dibujos animados de antes ya se veía bastante violencia: los personajes se liaban a palos, salían disparados por los aires, de todo. Sin embargo, algunos dibujos animados actuales son aún peores: inician a los niños en la brujería y los hechizos. A mí me gusta mucho lo sobrenatural, siempre que se acentúe la parte buena; pero muchos de los dibujos animados de hoy en día presentan y promueven la parte nefasta, todo lo que ofrece Satanás. ¡Parece que hubiéramos vuelto al oscurantismo medieval! ¡Es atroz! Lo mismo sucede con gran parte de la música y los videoclips de hoy en día. Casi no se entienden las letras. Al menos la mayoría de la gente mayor no logra entenderlas sin hacer un gran esfuerzo. Pero si uno se lo propone, o si lee las letras [la mayoría se encuentran en Internet], en muchos casos uno se espanta al ver las perversiones y los valores trastocados que los compositores y las bandas enseñan a la gente joven a través de su música. Los padres de familia debemos revisar detenidamente las influencias a las que están expuestos nuestros hijos y decidir si esos son los modelos de conducta que queremos para ellos. No olvidemos que el día de mañana ellos serán el producto de lo que vean, escuchen y emulen hoy.

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