domingo, 25 de octubre de 2009

Línea directa al Cielo


Se cuenta que cierto cura se empezó a preocupar de un viejo mendigo que todos los días, a las doce del mediodía, entraba a la iglesia y a los pocos minutos volvía a salir. ¿Qué intenciones podía tener? Decidió informar al portero y le pidió que la próxima vez interrogara al anciano. Al fin y al cabo, en la iglesia había bastantes objetos de valor. —Vengo a rezar —respondió el anciano al portero cuando éste le preguntó. —Hombre, no me tome el pelo. Usted nunca se queda en la iglesia el tiempo necesario para rezar. —Lo que pasa —continuó el andrajoso anciano— es que no sé hacer una oración larga, pero todos los días a las doce vengo y digo: «Hola, Jesús, soy Manuel». Espero un minuto y luego me voy. Es sólo una oracioncita, pero yo creo que Él me escucha. Poco tiempo después, cuando Manuel sufrió un accidente y fue hospitalizado, ejerció una estupenda influencia en los enfermos de su pabellón. Los pacientes quejumbrosos se volvieron alegres, y con frecuencia se escuchaban risas en el pabellón. —Manuel —le dijo un día la enfermera que lo atendía—, todos dicen que a usted se debe el cambio que ha ocurrido en el pabellón. Dicen que usted siempre está contento. —Sí, es verdad. Y ¿cómo no voy a estar contento? Es mi visitante, que todos los días viene a alegrarme la vida. —¿Su visitante? —preguntó la enfermera confundida. En las horas de visita ella siempre observaba que no había nadie en la silla del pobre Manuel, pues no tenía familiares. —¿Su visitante? Pero ¿cuándo viene? —Todos los días —respondió Manuel, al tiempo que se le iluminaba la mirada—. Todos los días a las doce del mediodía viene y se pone a los pies de mi cama. Lo miro, y Él me mira sonriente y me dice: —Hola, Manuel, soy Jesús.

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