viernes, 30 de octubre de 2009

Cada Obstáculo, una oportunidad


Colección Actívate

Fuentes
Las citas atribuidas a D.B.B. están tomadas de las obras de David Brandt Berg (1919-1994), con permiso.
Cuando no se indica el autor de un pasaje, es porque se desconoce o no ha sido posible determinarlo con seguridad.
Salvo que se señale lo contrario, todos los pasajes de las Escrituras que se reproducen están tomados de la versión Reina-Valera, revisión de 1960, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1960.

ISBN 3-905332-17-5

Shannon Shyler. Colección Actívate.

Traducción: Felipe Howard Mathews, José Florencio Domínguez, Gabriel García Valdivieso

© 1999, Aurora Production AG, Suiza
Reservados todos los derechos. Impreso en Tailandia.

En Internet: www.auroraproduction.com/castellano

Índice
Introducción 5
¿Una vida sin escollos? 8
Por qué permite Dios las tribulaciones 11
Cuando nos aprietan las clavijas 14
¿Cargas o tesoros? 19
Belleza en lugar de cenizas 23
Cuando debemos sobrellevar cargas ajenas 27
El Buen Pastor y el Padre amoroso 30
Cómo enmendarse 34
El Alfarero sabe lo que hace 37
La guerra espiritual 40
La armadura de Dios 44
La clave para dar con soluciones 48
Todo está en manos de Dios 51
Sé un pato vivo 54
Cuando los problemas persisten 56
El efecto benéfico de la alabanza 59
Podría ser peor… 62
Saca provecho a tus impedimentos físicos 66
Si sufrimos, también reinaremos… 71
Promesas de aplicación práctica 75
IntroducciónIntroducción
Es frecuente que poetas y filósofos comparen
la vida con el curso de un río. Este se ensan-
cha en unos lugares y se estrecha en otros. Recorre tranquilamente plácidos valles y llanuras. Los trechos de calma se intercalan con rápidos turbulentos y espumosos que terminan en lagunas cristalinas. Sus aguas fluyen incesantes hasta diluirse en el ancho mar.
Al igual que un río, una vida hermosa es aquella que en cada una de sus etapas --sean éstas serenas o torrentosas-- se encomienda en manos de Dios y fluye a tenor de Su voluntad. Pero ¿qué suele ser lo que atrae más a los turistas, fotógrafos, artistas y demás? ¿Qué despierta más admiración? ¿Los meandros que traza el río serenamente a través del llano? No. Es la majestuosa catarata, en la que el río se deja caer de lleno en un profundo abismo rocoso. Si se observa detenidamente, en medio de la nube que se forma se alcanza a descubrir un arco iris.
Todos disfrutamos de la placidez de los valles y las llanuras, y a veces desearíamos poder quedarnos en lugares así para siempre. Pero la vida continúa. Dios sabe lo que hay tras el siguiente recodo, y Él nos guía a través de los estrechos desfiladeros, los torrentes espumosos, e incluso esas cataratas que por momentos parecen detenerle a uno el pulso. Si tu mano está firmemente asida de la Suya, no solo podrás superar los problemas y peligros de la vida, sino que esos retos hasta te resultarán emocionantes. De eso trata este libro.
Cuando se nos agotan los recursos
y damos por hecho que el canto ha terminado,
cuando parece que el día declina
y se ciernen las tinieblas de la noche…
¿a quién acudiremos para hallar fuerzas,
para seguir nuestro valiente empeño?
¿Donde estará esa mano capaz de secar
las lágrimas que vierte el alma?

Un único consuelo queda, y está en Dios.
Despojándonos de todo orgullo y mascarada
nos desahogamos sin reservas ante Él,
y con Su apoyo recobramos fuerzas.
Parados en la encrucijada de la vida
observamos lo que parece el ocaso.
Pero mucho más amplios horizontes tiene Dios:
Él nos dice que es apenas un recodo,

que el camino continúa y se hace más llano,
que el silencio en el canto es una pausa,
y que la parte sin terminar, sin interpretar,
es la más dulce, la más rica en cualidades.
Reposa, pues, relájate y cobra fuerzas.
Deja obrar a Dios, déjale tu carga.
Tu tarea aún no ha concluido:
se trata apenas de un recodo del camino.
Helen Steiner Rice
¿Una vida sin escollos?
Quizás en el momento en que aceptaste a Je-
sús como tu Salvador te dio la impresión de
que todos tus problemas se iban a desvanecer, de que al menos la vida se te haría mucho más fácil. Has sentido Su mano reconfortante y Su desvelo, pero aún se te plantean muchas de las mismas dificultades cotidianas. Tal vez hasta tengas más que antes, o de otra índole.
Puede que increpes a Dios y le preguntes por qué pasa eso, si tú pensabas que Él iba a resolver todos tus problemas. Justo cuando pensabas que habías hallado el remedio para todos tus males, vienes a descubrir que no es exactamente así. Todavía tienes que lidiar con obstáculos, contrariedades, escollos y penas. Aunque te parezca que la situación ha cambiado muy poco, la diferencia radica en que ahora cuentas con ayuda.
Querer es poder, dice el refrán. En cierto sentido eso es válido, pero se omite el factor más importante: ¡necesitamos a Dios! Su poder y Su fuerza nos son imprescindibles. Al pedir a Jesús que formara parte de nuestra vida, recibimos junto con Él Su promesa de asistencia siempre que la requiriéramos.
De modo que si tienes dificultades económicas, o trastornos de salud, o te encuentras en una situación emocionalmente complicada, no desesperes. Si tienes conflictos matrimoniales o con tus padres, hijos, amigos, jefe o compañeros de trabajo, no te dejes abatir. Si piensas que estás destinado a sufrir por el resto de tus días a causa de tu condición social, falta de estudios o de capacitación laboral, no te angusties. Si te encuentras físicamente impedido, no te sumas en el desconsuelo. Si te sientes insatisfecho de ti mismo porque piensas que nunca serás tan inteligente o no tendrás tanto atractivo como quisieras, no te mortifiques. Si tus seres queridos o amigos no entienden la fe que acaba de nacer en ti o se muestran en desacuerdo, no pierdas las esperanzas. Jesús te ayudará a superar cada dificultad y cada contratiempo, siempre y cuando se lo permitas.
Si bien puede que las circunstancias no cambien --al menos no inmediatamente--, Dios es capaz de ayudarte a remontarlas. Si los obstáculos no se quitan del camino, te ayudará a sortearlos, ya por arriba, ya por abajo, ya por el costado. Es posible que no elimine todos tus problemas, pero te ayudará a salir airoso de ellos. La vida del cristiano no se vuelve más fácil, pero sí mejora. Puede ser maravillosa una vez que aprendas a valerte del poder y la gracia divinas para superar obstáculos. Esas piedras de tropiezo pueden tornarse en peldaños. Las alas se fortalecen con pesas. Es posible vencer las adversidades cotidianas, las aflicciones y los avatares de la vida. ¡Cada obstáculo encierra una oportunidad!
Dios no ha prometido
cielos siempre azules,
ni que la vida toda sea
senda de flores y perfumes.
Dios no ha prometido
sol sin chaparrones,
alegría sin dolor,
paz sin tribulaciones.

Dios no ha prometido
que jamás conoceremos
trabajos, tentaciones
y quebrantos extremos.
No ha dicho que no
llevaremos a cuestas
muchas cruces pesadas,
muchas cosas molestas.

Dios no ha prometido
espaciosas calzadas,
un viaje sin obstáculos
en rápidas jornadas,
sin toparnos jamás
con montañas rocosas
ni ríos de aguas
hondas y estruendosas.

Pero sí ha prometido
fuerzas para cada día,
descanso a su tiempo,
luz para la travesía,
gracia en las pruebas,
ayuda del Cielo,
inagotable compasión
y amor imperecedero.
Annie Johnson Flint
Por qué permite Por qué permite
Dios las tribulacionesDios las tribulaciones
Por qué permite Dios que Sus hijos padez-
can situaciones adversas? Son muchos los
motivos, pero pueden resumirse en una sola palabra: beneficios. Él ve los beneficios.
Las pruebas y tribulaciones fortalecen y moldean nuestro carácter. Hacen de nosotros mejores personas y cristianos más consagrados.
Se cuenta que un anciano fabricante de violines se había pasado años buscando un tipo de madera que le sirviera para construir instrumentos de una resonancia muy particular. Su búsqueda no llegó a su fin en un invernadero, ni en una arboleda de algún valle soleado, sino en la escarpada cima de una montaña, en el límite de la vegetación arbórea, donde los vientos soplan con tal fuerza y constancia que las ramas de los árboles se extienden todas en la misma dirección y la corteza no crece del lado del tronco que da hacia el viento. La madera proveniente de esos árboles azotados por las inclemencias del tiempo ostenta el veteado más intrincado y cerrado que se conozca. Es firme, dura y fuerte. Eso dio a sus violines su particular sonido.
De igual forma, cuando Dios talla a Sus hijos a fin de que puedan ocupar su lugar en el Reino, no lo hace en las exuberantes llanuras, sino en las alturas de escarpadas laderas de montañas, donde deben aprender a soportar las tempestades de la vida. Los que persisten y aguantan, se hacen fuertes y vigorosos. Son el linaje escogido de Dios. La vida de estos hijos Suyos que resisten las pruebas irradia una particular belleza.
Además, las pruebas y contrariedades que nos presenta la vida nos hacen tomar conciencia de nuestra propia debilidad e incapacidad, lo cual nos lleva a depender más de Jesús. Al igual que los árboles de las cumbres, que echan sus raíces profundamente en las grietas de las rocas, nos aferramos al Señor para sobrevivir. En esos parajes difíciles y desolados Él nos demuestra que, por sí solo, es capaz de sostenernos. A la larga salimos fortalecidos, toda vez que aprendemos a valernos de las fuerzas que Él nos da.
Nada acontece porque sí a los hijos de Dios.
Todo responde a un designio genial.
Cada problema, revés, castigo o dolor
es un golpe de cincel del Escultor celestial.
Ó
Por cada cima que tuve que vencer,
por cada piedra en que tropecé,
por todo el llanto y las penurias,
por todas las tormentas con su furia,
canta con gratitud mi corazón,
pues todo ello me enseñó valor.

Por todos los dolores y tristezas,
por las angustias y las asperezas,
por los días y años sin sentido,
por tantos sueños perdidos
doy gracias, porque sé
que en ello una escuela encontré.

No es aquello que no cuesta nada
lo que impulsa al hombre a la batalla.
Es más bien la cruel adversidad
la que atiza su voluntad.
Sobre pétalos de rosa se arrastran los endebles,
mientras los templados a las cumbres hacen frente.
Ó
Solamente hay dos escuelas
donde se educan los hombres:
la desgracia y la miseria.
En la dicha y la fortuna
se aprenden otras mil cosas,
pero las verdades nunca.
Manuel del Palacio
Cuando nos
aprietan las clavijas Cuando nos
aprietan las clavijas
Las tribulaciones presentan una ventaja: nos
acercan a Jesús, nuestro Salvador y Amigo, y
en consecuencia nos unen también a Dios. A raíz de los desasosiegos acudimos a Sus brazos en busca de seguridad y cobijo. Hallamos eso y mucho más. Él nos ama con un amor eterno e inalterable. Tiene mucho que prodigarnos y quiere prestarnos Su ayuda de mil maneras. Anhela pasar tiempo con nosotros y que vivamos muy unidos a Él, siempre a Su lado, para instruirnos y hacernos más semejantes a Él.
Lamentablemente, la naturaleza humana es tal que cuando todo marcha bien, no sentimos el apremio de acudir a Dios en procura de fuerzas y auxilio. Cuando todo sale tal como queremos, en muchos casos nos hacemos la idea errónea de que somos fuertes y autosuficientes, de que no necesitamos al Señor. Como nuestra vida transcurre felizmente y gozamos del éxito, nos imaginamos que no nos hace falta ayuda ni tampoco interferencias de ninguna clase.
No nos damos cuenta de lo que nos perdemos; pero Él sí. Sabe bien que lo necesitamos y que nos podría ofrecer una vida mucho más rica si dependiéramos de Él.
Quiere enseñarnos que debemos apoyarnos en Él y echar mano de Su fuerza, la cual es infinitamente mayor que la nuestra. Pero ¿cómo puede otorgárnosla si no le hacemos caso o no le damos cabida en nuestra vida?
Puede que lo siguiente no te parezca muy alentador, pero lo es: Dios no solo permite que pasemos dificultades, sino que en muchas ocasiones es Él mismo quien nos las envía. Las concibe especialmente para nosotros, y lo hace con el expreso propósito de acercarnos a Él. Nos aprieta las clavijas para que clamemos a Él pidiendo ayuda. No lo hace con intención de hacernos daño ni castigarnos, sino para fortalecernos. Sabe que depositando nuestra confianza en Él, aumentará nuestra fortaleza espiritual y nuestra resistencia a las dificultades de la vida, y que al pasar tiempo junto a Él y volvernos más semejantes a Él, a la larga seremos más felices y nos sentiremos más satisfechos.
Si nos volvemos a Jesús en nuestra hora de adversidad, Él nos demostrará cuánto nos quiere. Tal vez el problema no desaparezca instantáneamente, pero Él nos dará «la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento» y nos ayudará a apreciar el bien que obra en nuestra vida.1 Se ha dicho que si no hubiera noche, no se verían las estrellas.
Cuando tenemos una actitud humilde y confesamos mansamente que tenemos necesidad de Dios, Él puede intervenir y prestarnos asistencia. Cuando estamos vacíos, Él tiene oportunidad de llenarnos. Cuando admitimos que somos incapaces, Él puede conferirnos Su poder, para que éste obre por medio de nosotros cosas que de ningún modo podríamos lograr por nuestra cuenta.
Las dificultades nos enriquecen. Nos trasladan del plano de la cotidianidad superficial y el ajetreo de la vida moderna a la dimensión espiritual, que es más profunda. Asimismo, al percibir el poder divino y ver cómo Dios nos saca adelante en situaciones difíciles, aumentan nuestra fe y nuestra esperanza en que Él velará por nosotros cualesquiera que sean las tempestades que se nos presenten. «La tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza.»1
La vida misma se inicia con una pugna. Para venir a este mundo, la criatura debe abandonar el cobijo y la seguridad de que goza en el vientre de la madre y recorrer con dificultad un estrecho conducto. Antes de remontar vuelo a las alturas, el águila debe abrirse paso a picotazos para salir del huevo. Antes de deleitarnos con su gracia y hermosos colores, la mariposa debe escapar del capullo.
Ó
No debemos huir de los problemas ni acobardarnos cuando vemos que se avecinan. Más bien debemos pedir a Dios que nos ayude a remontarlos con las alas de la oración.
Ó
No puede pulirse un diamante sin fricción, sin el cincelado, el pulido y el lustrado del joyero. De igual modo, no puede una vida alcanzar todo su potencial sin sufrir alguna medida de aflicción.
Ó
Presionado sin medida, hasta casi reventar.
Presionado de tal forma que no lo soporto más.
Presionado en el cuerpo y presionado en el alma.
Presiones en la mente que levantan marejadas.
Presiones de enemigos y también de compañeros.
Presión sobre presión hasta que casi muero.
Presionado hasta estimar la vara y el cayado.
Presionado hasta saber que es Dios mi único amparo.
Presionado hasta que ya nada me puede aprisionar.
Presionado hasta cobrar fe en la imposibilidad.
Presionado a vivir de lleno en el Señor.
¡Presionado a verter mi vida como Cristo se ofrendó!
Walter B. Knight
Si alguna vez te parece que las pruebas, tribulaciones y dificultades que enfrentas son tan intensas que no las puedes soportar, no olvides que el Señor es mayor que ellas. Encomiéndaselas a Él.
David Brandt Berg (D.B.B.)
Ó
Un niño se esforzaba por alzar un pesado mueble. Su padre entró en la habitación y al verlo le preguntó:
--¿Estás empleando todas tus fuerzas?
--¡Claro que sí! --exclamó el chico impaciente.
--Me parece que no --respondió el padre--. No me has pedido que te ayude.
Ó
Dame una tarea muy difícil,
humanamente imposible.
Así por fin acudiré
a apoyarme en Ti,
para hallar fortaleza y fe.
¿Cargas o tesoros?¿Cargas o tesoros?
Muchas cosas que nos parecen desgracias
son en realidad obsequios divinos. Como
reza el refrán: El mal que en bien acabó era un bien que se disfrazó.
Había una vez una mujer que amaba mucho al Señor y no tenía otro anhelo que complacerlo.
--Haré cualquier cosa que me pidas --prometió.
En el fondo albergaba la esperanza de que Dios le concediera un noble y destacado puesto de servicio.
Vio con asombro que el Altísimo le entregaba un pesado saco de arpillera para que lo cargara sobre sus hombros mientras transitaban juntos por la vida. El contenido del mismo despertó la curiosidad de aquella señora, pero resultó que estaba muy bien amarrado con una cuerda. Los intrincados nudos evidenciaban que todavía no había llegado el momento de abrirlo.
Al emprender camino, la mujer sucumbió bajo el peso de aquella carga.
--Pesa demasiado --objetó.
--Mi fortaleza se perfecciona en tu debilidad --le respondió Jesús con tono reconfortante--. Cuando el camino se ponga empinado o te sientas desmayar, apóyate en Mí.
Siguieron adelante juntos y sucedió tal como el Señor le había dicho. A veces la mujer se detenía y le decía que era demasiado peso para ella. Entonces lo cargaban juntos.
Finalmente llegaron a su destino. La señora descargó su bulto a los pies de Jesús y suspiró de alivio. Sus días de llevar la pesada carga habían tocado a su fin.
--Ven, hija Mía, veamos qué contiene --dijo Jesús con mirada risueña.
Un solo tirón de Su mano bastó para que se desataran los nudos y el saco se abriera dejando caer su contenido.
--¡Riquezas del Cielo! --exclamó la mujer contemplando con fruición aquellos tesoros de inigualable belleza.
--Esta es la recompensa eterna que te he preparado. Es una muestra de aprecio por todo lo que has soportado y sufrido por Mí --explicó Jesús.
El asombro de la señora se tornó en lágrimas de alegría. Cayó a Sus pies y dijo:
--Señor, perdóname. Todos estos años no lo entendí. ¡Ojalá hubiera confiado en Ti en lugar de dudar de lo que hacías! Si hubiera entendido qué había dentro del saco, lo habría cargado con alegría. ¡No debí haberme quejado!
Análogamente, los problemas que a ti te parecen pesados y desagradables tal vez sean joyas y tesoros que el Señor te está preparando en recompensa por llevar la carga que Él te ha encomendado. Muchas veces el bien vestido de mal viene.
Puede que al mirar a tu alrededor y ver personas cuyas cargas parecen más ligeras que la tuya te sientas tentado a trocar lugares con ellas. Sin embargo, si Dios te concediera ese deseo, descubrirías que esa carga es más pesada que la tuya, puesto que no fue concebida para ti. Las cargas que llevamos se han preparado con gran amor y cuidado, a la medida de cada uno. Dios sabe exactamente qué es lo mejor para ti. Confía en Él.
¡Cómo sabe el Cielo sacar de las mayores adversidades nuestros mayores provechos!
Cervantes
Ó
El dolor es como las nubes; cuando estamos dentro de él sólo vemos gris tedioso y trágico; pero en cuanto se aleja y lo dora el sol del recuerdo, ya es gloria, transfiguración y majestad.
Amado Nervo
Ó
Puede que hoy transitemos por una senda en el desierto. Pero nuestro destino final es el jardín de Dios.
Ó
La tribulación se vuelve en gloria.
Juan Márquez
Belleza en lugar de cenizasBelleza en lugar de cenizas
L a Biblia promete que «a los que aman a Dios
todas las cosas les ayudan a bien».1 No sola-
mente algunas, ni la mayoría, ni muchas, sino todas. ¡Qué promesa!
A veces es difícil creer que Dios pueda sacar algún provecho de las peores tragedias y decepciones que sufrimos. Pero si lo amamos y procuramos complacerlo, lo hará. ¿Cómo? En muchos casos por medio de lo que aprendemos en nuestros momentos de desesperanza. La experiencia que adquirimos da profundidad a nuestra relación con el Señor y a nuestra interacción con los demás. Además, nos permite identificarnos con otras personas y comprenderlas mejor, a fin de que podamos consolarlas en sus momentos difíciles. No obstante, en otras situaciones no vemos con claridad los beneficios que puede habernos reportado cierta contrariedad. Es posible que no lo entendamos del todo hasta que lleguemos al Cielo y veamos lo ocurrido entre bambalinas en nuestra vida espiritual, lo cual no se nos hizo tan patente cuando estábamos en la Tierra. De todos modos, puedes tener la certeza de que si amas a Dios, algo bueno saldrá de los obstáculos con que te topes en la vida.
Intenta, pues, verle el lado bueno a cada situación, por desventajosa que pueda parecer a simple vista. Eso requiere un esfuerzo considerable además de una dosis de oración. No se logra de la noche a la mañana. Pero hará la mar de diferencia cuando te enfrentes con problemas y escollos.
Lamentablemente, si no vemos nuestros desengaños, penas, pruebas, enfermedades y demás dificultades bajo el prisma de Romanos 8:28, nos perdemos las valiosas enseñanzas que el Señor se propone impartirnos y nos privamos de la paz que se obtiene al confiar en esa singular promesa y principio.
Las pruebas equivalen a beneficios. Comprender esa sencilla ecuación y creer en ella puede enriquecer nuestra existencia y darle un sentido más profundo y alegre. Hay una diferencia enorme entre el efecto que tiene el afrontar los escollos y tropiezos con miedo, esperando que suceda lo peor, y encarar los obstáculos con fe y valor, seguros de que el Señor les sacará provecho y de que nos fortalecerán espiritualmente.
Es natural que nos preguntemos por qué nos ocurren cosas malas. Conviene recordar que Dios escribe derecho con renglones torcidos. Él siempre tiene un propósito, aunque no siempre nos lo revele enseguida.
A veces se vale de enfermedades, aflicciones y contrariedades para llevarnos a estrechar nuestra relación con Él y confiar más en Él. De lo contrario tendemos a dejarnos llevar por la corriente. A veces nos suceden ciertas cosas con el único fin de mantenernos humildes; en otras ocasiones para acercarnos a otras personas; en algunos casos para forzarnos a rezar; en otros para enseñarnos a ser más cuidadosos y proceder con más oración; otras más tienen por objeto poner a prueba nuestra fe. Hay muchos motivos por los que Dios permite que pasemos tribulaciones, pero en última instancia, todos cumplen el mismo propósito: acercarnos a Él y obligarnos a recurrir más a Su poder, para que nos llenemos más del amor y el gozo que Él nos proporciona.
«Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas lo librará el Señor» (Salmo 34:19). Él permite esos sinsabores a modo de pruebas. Tienen por objeto fortalecer nuestra fe y obtener una victoria aún más resonante de lo que parecía una derrota.
Lo que debemos recordar constantemente es que todo lo que Dios hace, lo hace con amor. Dios no va a permitir que a un hijo Suyo que lo ama le ocurra algo que no sea para su bien.
Aunque es posible que sufras multitud de aflicciones y penalidades, el Señor dice en el versículo antes citado que Él te librará de todas, cualquiera que sea su naturaleza o cantidad.
D.B.B.
Aunque todas las naves que tengo en alta mar
vuelvan a puerto con los mástiles destrozados,
confiaré en la Mano que nunca me ha abandonado,
que cambió en bien para mí lo que parecía mal.
Y aunque rompa en llanto al ver mis sueños destruidos,
gritaré entre las ruinas: «¡Señor, en Ti confío!»
Ella Wheeler Wilcox
Ó
Con mi desdicha aumenta mi ventura.
Cervantes
Ó
No ha habido médico que haya recetado un medicamento a su paciente ni con la mitad del cuidado y precisión con que Dios dosifica cada una de nuestras pruebas. Jamás deja que se excedan en un solo gramo.

Cuando debemos sobrellevar cargas ajenas
A veces Dios también permite que se nos ponga a prueba y que experimentemos dificultades para hacernos más comprensivos con otras personas que pasan por trances similares. Aprendemos así a compadecernos de los demás, consolarlos, fortalecerlos y asistirlos.
Eso hizo Jesús por nosotros. Vino a la Tierra y se puso en el mismo plano que nosotros a fin de experimentar las mismas vivencias. Se sintió defraudado, sufrió desazón, dolor físico y angustia espiritual, todo ello con el fin de identificarse mejor con nosotros. La Biblia dice que Jesús es capaz de compadecerse de nuestras flaquezas y enfermedades porque «en todo fue tentado según nuestra semejanza».1 Habiendo vivido en este mundo, está en condiciones de «consolarnos en todas nuestras tribulaciones». ¿Por qué? «Para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios».1
Nos ha llamado a entregarnos a los demás, tal como hizo Él por nosotros. Nos hace pasar por muchas de las mismas penalidades que sufren nuestros semejantes con el objeto de volvernos más compasivos y capacitarnos mejor para asistirlos. Emplea ese método magnífico --si bien por momentos doloroso-- para asemejarnos más a Él.

La vida de grandes hombres nos recuerda
que la nuestra también puede ser sublime,
que podemos partir dejando a nuestro paso
huellas en las arenas del tiempo;

huellas que quizás a otro
que surque el mar solemne de la vida,
un hermano náufrago y sufriente,
le infundan nuevos ánimos.
Henry Wadsworth Longfellow
El Buen Pastor El Buen Pastor
y el Padre amorosoy el Padre amoroso
En algún momento todos nos apartamos de
nuestro Pastor, Jesús, y nos desviamos de la
senda por la que nos conduce. «Todos nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino».1 Nos enfrascamos en nuestros propios planes y nos vamos en pos de nuestros intereses. Actuamos por impulso y tomamos decisiones importantes casi sin detenernos a reflexionar y orar sobre si eso es lo que el Señor quiere que hagamos. Peor aún, a veces actuamos erróneamente a sabiendas de que lo que hacemos se opone a las leyes de amor y consideración por los demás que Dios ha instituido, o bien en franca desobediencia a las instrucciones que nos da Su Palabra. Todas esas conductas nos alejan de nuestro Pastor y Guía.
Jesús nos indica el camino en que debemos andar. Lo hace por medio de Su Palabra y de la voz de Su Espíritu, que nos habla al corazón y nos indica lo que está bien y lo que está mal. Luego nos dice lo que a Sus primeros seguidores: «Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis».1 Si creemos en lo que nos dice y le obedecemos, contamos con Su bendición.
Pero cuando empecinadamente hacemos caso omiso de Sus instrucciones y actuamos de forma poco amorosa --ya de palabra, ya de hecho; ya con Él, ya con los demás--, tarde o temprano permite que paguemos las consecuencias, las cuales se materializan en problemas o males. Lo hace con la finalidad de enseñarnos a distinguir el bien del mal y de mantenernos muy unidos a Él, escuchándolo y avanzando en la dirección indicada. Le duele vernos trastabillar o caernos, pero como pastor amoroso que es, tiene el deber de ayudarnos a crecer y a madurar. A veces, por haber obrado mal, no le dejamos alternativa.
Dios es, por encima de todo, un Dios de amor.2 Nos ama entrañablemente, como un padre a sus hijos. Pero como buen padre, también nos disciplina por nuestro propio bien cuando nos obstinamos en obrar mal. La Biblia dice que «el Señor al que ama, disciplina. Porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados.»3
En todo caso, haga lo que haga, Dios siempre obra con amor. Puede que a veces tengamos que sufrir las consecuencias de nuestras acciones cuando éstas son contrarias a la regla de oro, que es amarlo a Él y a los demás. Sin embargo, ni siquiera en ese caso persiste Su enojo contra nosotros. Sabe que somos humanos. Cuando nos volvemos a Él, está presto a perdonarnos y olvidar. Nos alienta y consuela amorosamente a pesar de nuestras faltas y errores. Promete: «Perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado».1
Aunque los castigos de Dios a veces sean difíciles de tragar, representan una prenda de Su amor, un cumplido intolerable, y nos vienen bien si nos hacen escarmentar y nos ayudan a vivir felices y en armonía con Él.
D.B.B.
Ð
Dios nos disciplina para nuestro provecho, a fin de que seamos partícipes de Su santidad. (V. Hebreos 12:10.) Dicho de otro modo, con ello nos purifica, nos limpia de los pecados e impiedades que albergamos en el corazón y que nos causan tantas complicaciones.
D.B.B.
Cómo enmendarseCómo enmendarse
Si te parece que los problemas que afrontas ac-
tualmente son consecuencia de haberte apar-
tado de tu Pastor o haber desobedecido a tu Padre celestial, no tienes por qué dejarte abrumar por el remordimiento. Bastan cuatro pasos sencillos para enmendarte: 1) reconoce ante Él tu error; 2) agradécele que te ame tanto como para corregirte; 3) propónte en tu corazón enderezarte; y 4) pídele ayuda.
La Palabra de Dios promete: «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos. Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones. Como el padre se compadece de los hijos, se compadece el Señor de los que le temen.»1
Lo que a Él le interesa es que aprendamos y hagamos progresos. Su intención es hacernos más sensatos, más juiciosos y dependientes de Él.
A la larga caemos en la cuenta de que nuestro Padre sabe más que nosotros y de que somos más felices cuando le obedecemos que si nos rebelamos o le rehuimos cuando quiere enseñarnos algo.
Dios se vale de las tribulaciones para enseñarnos a conducirnos mejor; pero ésa no es la única razón por la que enfrentamos escollos. Cada vez que te veas en dificultades o que te sobrevengan padecimientos, quebrantos, enfermedad o dolor, no tienes por qué angustiarte pensando que has hecho algo horrible y en extremo desagradable a Dios. Hay muchos otros motivos por los que pasamos por pruebas y tribulaciones. Si Él en efecto se propone conseguir que cambiemos en algún aspecto, por lo general entendemos bastante pronto de qué se trata. De hecho, mucho antes de que llegue a ese punto, normalmente nos ha dado señales de advertencia a las que no hemos prestado atención.
Si no sabes por qué se te ha presentado determinada contrariedad, pregúntaselo al Señor. No con actitud resentida o escéptica, sino con fe y humildad. Cuéntale tus inquietudes, tus preocupaciones, tus aprensiones. Luego haz silencio y escucha. La voz de Su Espíritu te hablará al corazón y te indicará por qué ha permitido que ocurran esas cosas.
Es posible que no te lo diga enseguida ni te lo explique todo cabalmente. Eso en sí puede constituir una prueba de fe. Él quiere ver hasta qué punto lo amas, confías en Él y le agradeces todo lo que pone en tu camino, sabiendo que a la larga redundará en tu bien, aunque Él no te exponga todas las razones por las que lo ha hecho.
En todo caso, tanto si te lo aclara como si no, Jesús siempre te confortará en espíritu cuando acudas a Él. Como se ha llegado a decir, sanará tu corazón destrozado si le entregas a Él cada pedazo.1
Que no diga yo en la enfermedad: «¿Me estoy mejorando de mi dolencia?» Sino más bien: «¿Estoy mejorando a causa de ella?»
Shakespeare

Ð
La desgracia es capaz de abrir los ojos hasta a los ciegos. Es una maestra que sabe mucho, y una amiga que no engaña como la felicidad.
Ruiz Aguilera

Ð
Nuestras tribulaciones se duplican cuando las malinterpretamos. El peso de una carga lo determina la forma en que la percibimos. Si vemos los perjuicios que sufrimos como castigos impuestos por un Dios ofendido, éstos nos esclavizan. Mas si los consideramos elementos de limpieza y pulimento del Creador, concebidos para embellecer Sus joyas --nosotros--, aguardamos con paciencia el feliz desenlace.
Adaptado de J. H. Jowett

Ð
El dolor, cuando no se convierte en verdugo, es un gran maestro.
Concepción Arenal
El Alfarero sabe lo que haceEl Alfarero sabe lo que hace
Señor, Tú eres nuestro Padre; nosotros barro,
y Tú el que nos formaste; así que obra de Tus
manos somos todos nosotros».1
En este y otros pasajes de la Biblia, se compara al Señor con un alfarero, y a nosotros con la arcilla en Sus manos, la cual Él se propone modelar para formar una vasija que le sea útil.2
El alfarero comienza con un trozo de arcilla y lo coloca en el torno. A medida que la rueda hace girar la arcilla, el artesano le va dando forma, modelando la hermosa vasija que aspira crear. Todo ese tiempo la arcilla tiene que ceder y amoldarse a los movimientos de las manos del ceramista. Toma tiempo.
A veces el alfarero descubre un defecto. En ese caso, toma el mismo barro, lo aplasta, le añade un poco de agua para ablandarlo y vuelve a trabajarlo y modelarlo hasta hacer una nueva vasija, una vasija mejor.
Imaginemos por un momento que la vasija tiene sentimientos: probablemente no le resulte nada agradable que su hacedor la aplaste, la golpee, la desfigure y la rehaga. Pero a la larga, gracias a ello se convertirá en una vasija mejor.
Sigamos alegorizando: cuando ya la arcilla piensa que ha pasado lo peor, la meten en un horno de altísima temperatura con la finalidad de endurecerla. Así se vuelve más resistente.
«La vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla [...] “¿No podré hacer Yo de vosotros como este alfarero?”, dice el Señor. “He aquí, que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en Mi mano.”»1
¿Tiene acaso la arcilla derecho a poner en duda el criterio del ceramista? «¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: “Por qué me has hecho así?” ¿No tiene potestad el alfarero sobre el barro?»2
Recuerda lo ya dicho anteriormente: Todo lo que Dios hace, lo hace con amor. Él te está convirtiendo en una hermosa vasija, única y especial para Él. Hace de ti una vasija útil, capaz de contener el agua de Su amor, la cual anhela verter por medio de ti para refrescar a otros. No podrías estar en mejores manos. Confía en Él.
Dios sólo se vale de hombres y mujeres quebrantados; son los únicos que le sirven. Los demás confían demasiado en sí mismos y en sus propias fuerzas. Dios tiene que quebrarlos, ablandarlos y modelarlos en Sus manos de Alfarero para convertirlos en vasijas mejores. Pero Él no lo hace a la fuerza. El quebrantamiento depende de ti, de tu sumisión y de que estés dispuesto a que Él haga de ti una persona de buena disposición, de humildad total, que es sinónimo de amor total; de forma que estés dispuesto a ir a cualquier sitio, en cualquier momento, y hacer cualquier cosa, para quien sea, y ser un don nadie, a fin de agradar a Dios y ayudar a los demás.
D.B.B.
Ð
Haz como quieras, hazlo, Señor;
yo soy el mármol, Tú el Escultor.
Que cada toque de Tu cincel
forme mi alma, labre mi ser.
Adelaide A. Pollard
La guerra espiritualLa guerra espiritual
La Biblia explica que se libra una guerra entre
dos mundos, una lucha espiritual entre el bien
y el mal. «No tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.»1
Una vez que hemos recibido a Jesús como Salvador, ya no tenemos que preocuparnos del poder de Satanás, porque contamos con la protección del Espíritu Santo, cuyo poder es mucho mayor. La protección del Señor es como un campo magnético que nos rodea, nos ampara y nos envuelve, y que el Diablo no puede penetrar. «Hijitos, vosotros sois de Dios y los habéis vencido; pues mayor es el que está en vosotros que el que está en el mundo.»2
El propósito del Diablo es obstaculizar a los hijos de Dios de todas las maneras posibles. Pero no tiene poder sobre nosotros, toda vez que pertenecemos al Señor. Satanás no puede ni tocarnos sin el permiso expreso de Dios. Y Él sólo se lo concede cuando tiene un motivo para ello y sabe que obtendrá el resultado que desea.
No obstante, aunque en el sentido físico el Diablo carece de potestad directa sobre nosotros, sí puede tratar de influir en nuestros pensamientos, actitudes y decisiones. De modo que no tenemos por qué temer al Diablo, pero sí estar en guardia. No debemos «ignorar sus maquinaciones (artimañas)»1, para evitar caer en sus trampas. Hombre prevenido vale por dos.
El Diablo es astuto y malicioso. Si siempre se valiera de estratagemas evidentes y se nos apareciera con cuernos y un tridente, reconoceríamos enseguida sus ataques. En cambio, distorsiona sagazmente la verdad. Por ejemplo, tú o uno de tus seres queridos se encuentran enfermos o han sufrido un accidente del cual te sientes culpable. Piensas que si hubieras obrado de otro modo la cosa se podría haber evitado. Es natural que te sientas así. Puede que Dios quiera enseñarte algo para que en lo futuro tomes precauciones que eviten situaciones parecidas. Pero si habiendo pedido perdón al Señor y habiéndote Él ayudado a asimilar la enseñanza que trae aparejada el asunto, todavía sufres una intensa sensación de culpabilidad y remordimiento, eso es obra del Diablo. Si has cometido un error, el Diablo procurará recordártelo y exagerártelo continuamente para que pierdas toda fe y esperanza en el amor de Dios. Lo que se propone es convencerte de que ni Dios ni los demás podrán perdonarte y de que no podrás deshacer el daño ocasionado. Por tanto, más te vale desistir. Si transitas por esa senda, el Diablo habrá triunfado.
Para el cristiano, el abatimiento y la condenación son gajes del oficio. El Diablo no persigue otro objetivo que convencernos de que hagamos caso omiso de Dios y de Sus promesas. En lugar de infundirnos fe y esperanza y alentarnos con promesas divinas, se regodea abrumándonos con aprensiones, desaliento y falsedades. Muchas veces comienza cuando nos topamos con algún problema. Intenta armar una montaña tan alta de preocupaciones, temores y dudas que no veamos las soluciones y respuestas que nos garantiza Jesús en Su Palabra.
Dios nos ha dado toda una Biblia llena de increíbles promesas de liberación, victoria, superación, protección, curación, sabiduría, éxito y todo lo que necesitamos para ser felices y estar saludables. Tenemos derecho a reclamar esas garantías, pero nuestra naturaleza humana tiende a aferrarse a lo que podemos ver y palpar. Nos cuesta creer o confiar en lo que es intangible o invisible para nuestros sentidos. Dios quiere que vayamos más allá de eso, que confiemos en Él y creamos que es capaz de resolverlo todo para nuestro bien, aun cuando todo parezca perdido.
Otra treta de la que se vale el Diablo es la siguiente: Le pedimos a Dios que modifique cierta situación, pero la respuesta no llega enseguida o no es la que esperábamos o ansiábamos. Entonces Satanás procura aprovechar la ocasión para inducirnos a la duda. Nos dice que al permitir que suframos, Dios ha faltado a Sus promesas, de donde se deduce que no se preocupa por nosotros ni nos quiere mucho. Si cedemos reiteradamente a ese razonamiento, nuestra fe se debilita cada vez más.
Es importante identificar la naturaleza de esos pensamientos. Son mentiras del Diablo que tienen por objeto abatirnos, deprimirnos y despojarnos de nuestra fe. Devuelve, pues, el golpe y resiste a Satanás, clamando a Jesús para que te libre de las argucias del Diablo.
Las fuerzas del mal siempre se nos opondrán, pero no pueden competir con el poder de Dios: «Yo les doy [a Mis ovejas] vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de Mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de Mi Padre.»1 «Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del Diablo.»2 Puede que perdamos unas cuantas batallas, pero ganaremos la guerra. Combatimos en el bando ganador, y por tanto es imposible que perdamos.
La armadura de DiosLa armadura de Dios
El apóstol Pablo, uno de los grandes pioneros
y dirigentes de la primera iglesia, comparó la
vida del cristiano a la del soldado. «Sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo», escribió al joven Timoteo.1 Cuando alguien se alista en el ejército en tiempo de guerra, sabe que irá a combatir. Si quiere sobrevivir, se toma la instrucción seriamente. Aprende todo lo que puede sobre sus armas y se adiestra en su manejo.
En la época de Pablo, el Imperio Romano gobernaba el mundo conocido y la armadura y las armas de las legiones romanas eran lo último en materia bélica. Para librar nuestra guerra espiritual, Dios nos ha provisto de algo mucho más eficaz incluso que el armamento moderno de avanzada tecnología: armas espirituales. «Las armas de nuestra milicia no son carnales [no son de este mundo], sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas»,2 o como dice la Biblia de Jerusalén, «son capaces de arrasar fortalezas», es decir, las fortalezas espirituales que el Diablo intenta levantar en la mente y el corazón de las personas.
Por eso aconsejó Pablo a los primeros cristianos: «Tomad toda la armadura de Dios para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu.»1
Analicemos con mayor detalle el significado de esos versículos:
Al aceptar a Jesús, te pusiste el yelmo de la salvación. Esa es una pieza de la armadura que jamás podrás quitarte ni perder. Una vez que pides a Jesús que entre en tu corazón eres Suyo para siempre. Por mucho que el Diablo te ataque, nunca podrá vencerte ni recobrarte.
La coraza de justicia, de la rectitud. ¿Qué justicia? «La justicia que es de Dios, por la fe.»2 Aunque hayas recibido a Jesús, no eres perfecto ni justo. Todavía tienes defectos y cometes pecados. La diferencia radica en que el sacrificio hecho por Jesucristo en la cruz y la sangre que derramó por ti te otorgan remisión de todos los pecados.3 Al confesarle tus faltas y errores y aceptar por fe Su perdón, te vistes de Su justicia. De modo que cuando el Diablo te acuse recordándote todos tus pecados y debilidades, puedes devolverle el golpe admitiendo que en efecto eres pecador, pero Jesús te ha perdonado y te ha concedido Su justicia.
Cuando hablas de Jesús y compartes Su amor, predicas el Evangelio de la paz. Por sorprendente que parezca, ésa es una eficaz protección: Dios bendice a quienes divulgan las Buenas Nuevas. Al impartir a los demás las divinas Palabras de amor, éstas arraigan más firmemente en tu corazón y en tu vida. Al fortalecer a otros, tú mismo te haces más fuerte.
¿Qué te protege de las mortíferas mentiras del Diablo? ¡La fe! Estudiando la Palabra de Dios y aplicándola en tu vida cotidiana, tu «escudo de la fe» se hace más resistente, hasta convertirse en un campo magnético que te envuelve y que el enemigo de tu alma no es capaz de penetrar. Eso no significa que nunca vayas a librar batallas; pero cuando lo hagas, no sucumbirás totalmente. Ello obedece a que tienes fe en las promesas que te ha hecho Dios en la Biblia, en el sentido de que siempre estará contigo y te ayudará a salir adelante pase lo que pase.
Por último --aunque no por ello menos importante-- dispones de un arma ofensiva: la Palabra de Dios, la espada del Espíritu, que es «viva y eficaz».1 ¡Imparable! Cuando Satanás te presente batalla en la mente y el corazón, procurando asestarte un golpe mortal mediante la desazón, el pesimismo, la confusión, la desesperación que producen las presiones, la preocupación o cualquiera de sus tácticas, tu única esperanza es lanzar una contraofensiva. Desenvaina la espada del Espíritu. Echa mano de un versículo o de una promesa y aférrate a ellos. Eso hizo Jesús cuando el Diablo lo tentó al comienzo de Su ministerio en la Tierra. Se limitó a citarle las Escrituras: «Escrito está...»1 El Diablo no es capaz de hacer frente al poder de la Palabra de Dios. Ante ella, ¡siempre se bate en retirada!
La clave para La clave para
dar con solucionesdar con soluciones
A veces ocurre que el leer un versículo o pasa
je de la Biblia, de repente ves la luz. Hasta
puede que lo hayas leído en varias ocasiones y nunca hayas descubierto su sentido cabal; pero un buen día el Espíritu Santo te habla al corazón y te indica cómo se aplica a tu situación. De golpe ese versículo cobra vida. Te dices: «¡Esto es para mí! ¡Esa es la solución!» Dios no podría haberlo dicho más claramente aunque te hubiera gritado al oído. Quizás fue escrito para otra persona hace cientos de años, pero de repente te afecta de modo personal. Eso se denomina la voz de la Palabra.
El haber leído y asimilado la Palabra de Dios en tiempos de paz --cuando todo marcha bien-- te servirá de mucho cuando seas objeto de ataques del Enemigo y te veas afectado por dificultades y preocupaciones. El Espíritu Santo te recordará el versículo o pasaje preciso que necesitas para disipar las mentiras del Diablo.
A medida que te familiarices con la Palabra de Dios te volverás más consciente de las intervenciones del Espíritu Santo y escucharás más claramente la voz del Señor cuando te hable al corazón y a la mente. En la actualidad Dios se comunica con Sus hijos tanto como lo ha hecho en todas las épocas. Si le pides que te hable, guardas silencio y prestas oído, te dirigirá palabras de consuelo e instrucción que se apliquen a tu situación particular. El Señor te pondrá en la mente Sus pensamientos, Sus Palabras. La Biblia promete: «Entonces tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: “Este es el camino, andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda”».1 Eso se conoce como la Palabra viviente.
La próxima vez que te sientas incapaz de aguantar el ajetreo y los conflictos que te agobian, tómate un rato para leer la Palabra de Dios. En ella --tanto la escrita como la viviente-- hallarás las soluciones a todos los entreveros de la vida. La Palabra no solo te infunde fe en el Señor y en Su capacidad para ayudarte a salir airoso, sino que te ofrece soluciones prácticas y viables a problemas cotidianos. El Espíritu Santo te traerá a la memoria un versículo o pasaje específico, o bien Jesús te susurrará algo completamente nuevo al oído mientras tienes comunión con Él.
La clave es la Palabra de Dios. Es el secreto para obtener poder, alcanzar victorias, superar escollos, dar fruto, tener entusiasmo y vivir a plenitud. ¡Es la clave de todo!
D.B.B.
Ð
Soy la Biblia.
Soy la maravillosa biblioteca de Dios.
Soy sin excepción y por encima de todo, la verdad.
Para el peregrino cansado, soy un fuerte cayado en que apoyarse.
Para el que está inmerso en las tinieblas, soy la luz gloriosa.
Para los que se doblegan bajo grandes pesos, soy dulce reposo.
Para el que ha perdido el camino, soy un guía segura.
Para los que han sufrido a causa del pecado, soy un bálsamo que cura.
Para los desanimados, soy un alegre mensaje de esperanza.
Para los que están angustiados por los embates de la vida, soy un ancla, segura y confiable.
Para los que padecen en soledad, soy la mano fresca y suave que se posa en la frente afiebrada.
Ð
El Diablo no soporta la Palabra. «Resistid al Enemigo, y huirá de vosotros» (Santiago 4:7). ¡Se dará la vuelta y emprenderá la retirada! Toma la espada candente del Espíritu, que es la Palabra de Dios, ¡y atraviésale el corazón al Diablo!
D.B.B.
Todo está en manos de DiosTodo está en manos de Dios
Como ya hemos dicho, todo lo que te ocurre
forma parte de un plan divino concebido sin-
gularmente para ti. Ello no quita que algunas crisis y calamidades que nos sobrevienen sean de nuestra propia factura, consecuencia de nuestros descuidos, errores y decisiones equivocadas. En algunos casos obedecen a errores de otras personas y en otros a ataques directos de las fuerzas del mal, del Diablo y sus demonios. De todos modos, sea como sea, podemos tener la seguridad de que Dios tiene nuestra vida y nuestro destino en Sus manos. Nada puede sucedernos sin permiso de Él.
Claro que Dios nos ha dado libre albedrío. Si bien nos asiste y nos conduce en todo lo que puede, la decisión final en torno a lo que hacemos, cómo actuamos o reaccionamos, es nuestra. Dios no nos obliga a decidir acertadamente ni a seguir lo que ha dispuesto para nosotros. Lo cierto es que hay un plan, un propósito detrás de todo; y si confiamos en Él y nos conducimos de una manera que le sea agradable, podemos tener la seguridad de que no nos apartaremos de la senda de Su voluntad, con lo que gozaremos de Sus bendiciones y veremos el cumplimiento de todas Sus promesas.
La mano de Altísimo está sobre ti. Él es tu Padre y está íntimamente ligado a ti y pendiente de cada detalle de tu vida. Es muy reconfortante pensar en eso cuando pases por momentos difíciles.
Oré pidiendo fuerzas a fin de alcanzar grandeza;
recibí debilidad para aprender a obedecer.
Pedí salud para realizar obras mayores;
recibí flaqueza para poder hacer cosas mejores.
Pedí riquezas para ser feliz;
recibí pobreza para llegar a ser sabio.
Pedí poder para que me honrasen los hombres;
recibí impotencia para que sintiese necesidad de Dios.
Pedí tener de todo para gozar de la vida;
recibí vida para poder gozar de todo...
Nada de lo que pedí recibí y, sin embargo, obtuve todo lo que deseaba.
Casi a pesar de mí mismo recibí las peticiones secretas de mi corazón.
Me considero sumamente favorecido entre los hombres.
Sé un pato vivoSé un pato vivo
A qué se debe que los cristianos --sobre todo
los más consagrados-- padezcan al pare-
cer más tribulaciones que la mayoría de la gente? La siguiente anécdota lo explica:
Juan Manuel y Humberto eran amigos. Un día Juan Manuel preguntó:
--Humberto, ¿cómo es que tú, siendo creyente, to topas con tantos obstáculos, dificultades y contratiempos? Yo ni siquiera creo en Dios y, sin embargo, no tengo tantos problemas como tú.
--La verdad es que no lo sé --respondió Humberto--. Creo que tendré que echarle cabeza al asunto un tiempo para poder contestarte.
Pocos días después salieron a cazar patos.
Juan Manuel disparó a una bandada, y varias aves cayeron en una charca de escasa profundidad desde la cual acababan de levantar vuelo. Unos patos estaban muertos y otros simplemente heridos. Juan Manuel sabía por experiencia que a veces los heridos remontan vuelo si no se los atrapa enseguida. Así que, mientras Humberto corría hacia donde habían caído, Juan Manuel gritó:
--¡Agarra a los vivos! ¡Agarra a los vivos! ¡Deja a los muertos para después!
Al volver Humberto con los patos, lucía una sonrisa.
--Oye, di con la respuesta a tu pregunta --dijo a su amigo--. ¡Es que yo soy un pato vivo! El Diablo tiene miedo de que me vaya a escapar; así que trata de atraparme primero. Tú eres uno de los muertos. Por eso no se preocupa de lo que hagas tú.
Lo mismo ocurre con nosotros. El Diablo no puede recobrarnos una vez que estamos salvados. Somos del Señor para siempre. ¡Pero vaya si se esfuerza por impedir que seamos cristianos activos! Sin embargo, no por eso debemos dejar que sus ataques nos amedrenten o nos detengan. Si perseveramos, ganaremos la batalla y recibiremos la recompensa que el Señor nos tiene preparada. «Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida que Dios ha prometido a los que le aman».1
Cuando los Cuando los
Hay cosas en la vida --por ejemplo, una gri-
pe o una discusión con un compañero de
trabajo-- que no duran mucho. Otras pueden prolongarse considerablemente: una enfermedad crónica, un impedimento físico, una adicción, la pérdida de un ser querido o una lucha sin cuartel por superar un defecto, como pueden ser la ira o el mal humor. Quizá tengas que bregar durante semanas, meses o incluso años con algo así.
A veces esas situaciones persisten pese a que uno considera que ha hecho todo lo que estaba a su alcance: ha orado, leído y obedecido la Palabra, ha invocado las promesas de Dios y ha procurado confiar en Él. Aun así, no halla salida al laberinto en que se ve. Puede ser muy desalentador.
En tales casos, es posible que Dios nos esté poniendo a prueba para ver si vamos a confiar, tener fe y agradecerle todo lo bueno que nos brinda, aun cuando parezca que no responde a nuestras oraciones. «Por fe andamos, no por vista. Bienaventurados los que no vieron, y creyeron.»1 A Dios le encanta que Sus hijos manifiesten fe, y promete recompensar grandemente a quienes soportan la prueba con valor.
Si Dios está obrando en tu vida con el fin de cultivar en ti determinada cualidad, puede que el proceso se demore un poco. Un trozo de carbón no se convierte en diamante de la noche a la mañana; lo mismo sucede con nosotros.
Cuando te parezca que has llegado al límite de tus fuerzas, aguanta un poco más. Muchas veces la paciencia es la llave que abre la puerta de la recámara de las bendiciones de Dios. Hay casos en que tenemos que conformarnos con aguardar a que Él nos responda. Aunque le pidamos que ponga fin enseguida a nuestras dificultades, es posible que Él considere preferible hacerlo más adelante. El cronograma de Dios es impecable. «Bien lo ha hecho todo.»2 Confía en Él.
La fe es creer y confiar. La fe no se rinde ni accede a dar algo por imposible. La fe se niega a que las circunstancias o las pruebas la despojen de su paz y alegría.
Si nos negamos a claudicar y en cambio nos aferramos a Dios pase lo que pase… si nos proponemos firmemente creer en Sus promesas aunque no veamos aún su cumplimiento, la victoria será nuestra al fin. Una fe de esa naturaleza no puede ser derrotada. Dios nunca nos fallará.
Es imposible desesperarse cuando uno recuerda que su Auxiliador es omnipotente.
Ð
La paciencia --virtud, por cierto, muy escasa-- parece ser una de las lecciones que Dios procura enseñarnos con más frecuencia. Para ello pone a prueba nuestra fe y nos empuja a acudir a Él y a Su Palabra. De otro modo, es posible que no les dedicásemos tanto tiempo ni atención. Es un medio del que Dios se vale para que le prestemos oído.
D.B.B.
El efecto benéfico El efecto benéfico
de la alabanza de la alabanza
Cuando tengas el corazón apesadumbrado a
causa de las preocupaciones, el temor, la tris-
teza y el dolor, en vez de pensar tanto en tus cuitas y dificultades, piensa en Jesús y Su amor. Haz memoria de las bendiciones con que has sido favorecido. Piensa en el cariño de tu familia y amigos. Si no se te ocurre nada por lo que alegrarte, al menos ten en cuenta todas las tribulaciones, contrariedades y enfermedades que podrías estar padeciendo y que, sin embargo, no te han sobrevenido porque Dios te ha guardado de ellas.
Mira el lado positivo de las cosas. Piensa en lo bueno. «Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.»1
Agradece a Dios todo lo que ha hecho. Ahuyenta al Diablo y sus tinieblas dejando entrar la luz, es decir, la luz divina de las Escrituras, la Palabra de Dios, la oración, la alabanza, canciones. Haz todo lo que esté a tu alcance por llenarte la cabeza de pensamientos optimistas. Es una especie de terapia, una terapia de oración y alabanza, una terapia a base de las Escrituras capaz de disipar las sombras de la noche.
Si piensas en el Señor y centras tu atención y tu conciencia en Él, desplazarás al Diablo --con todas sus dudas-- hacia la periferia. No se puede ser positivo y negativo al mismo tiempo. Llena tus pensamientos de la luz del Señor. Ocupa tu boca alabando a Dios, y ahuyentarás las tinieblas.
Si te pones de cara al sol, no verás las sombras.
Helen Keller, ciega y sorda de por vida
Ð
No hay grito de dolor que en lo futuro
no tenga al fin por eco una alegría.
Campoamor
Ð
Medita en las bendiciones de las que disfrutas en la actualidad --de las cuales todos los hombres gozan en abundancia--, no en las desdichas del pasado, las cuales todos han conocido en alguna medida.
Charles Dickens
Podría ser peor…Podría ser peor…
Cuando pases por una temporada difícil, para
poder ver las cosas objetivamente te vendrá
bien tener en cuenta lo que han padecido otras personas.
Fijémonos por ejemplo en el apóstol Pablo. Sufrió bastante. «Cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno --escribió--. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos.»1
Habiendo pasado por todo eso, uno pensaría que Pablo tendría más motivos que nadie para quejarse o pensar que Dios lo había abandonado. Por el contrario, no dejó de confiar en Dios a pesar de sus tribulaciones. Dijo: «He aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad.»1 ¿Cuál fue la clave que lo ayudó a superar semejantes obstáculos? Nos la revela el versículo que sigue: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece».2 El apóstol Pablo se apoyó en Cristo, y Él le dio fuerzas. A raíz de ello, llegó a ser un célebre creyente que desde entonces ha sido fuente de aliento para millones de cristianos.
David Livingstone, llamado el apóstol de África, nació en la pobreza y desde pequeño tuvo que esforzarse mucho para hacerse de unos estudios mientras mantenía a su familia. Ya de joven, cuando decidió dedicarse de lleno a las misiones, fue objeto de burlas y escarnios. Hasta sus seres queridos intentaron disuadirlo. Al llegar finalmente a África, enfrentó un escollo tras otro. No solamente las dificultades de la existencia cotidiana y los peligros naturales, sino también muchas pruebas espirituales.
Sin embargo, puso la mirada más allá de su coyuntura, como reflejan las siguientes palabras anotadas en su diario al término de su vida: «La ansiedad, la enfermedad, el sufrimiento, los ocasionales riesgos y la nostalgia de las comodidades de la vida podrán de vez en cuando entorpecer nuestra marcha, hacer que nuestro espíritu vacile y nuestro ánimo decaiga. Pero solo por breves momentos. Esas cosas no son comparables en nada con la gloria que más adelante ha de ser revelada en nosotros y para nosotros. ¡Jamás he realizado sacrificio alguno!»
Adoniram Judson, iniciador de las misiones en Birmania, perseveró durante 30 años a pesar de enfermedades y persecución constantes. Tardó seis años en lograr la primera conversión. No obstante, al cabo de 100 años más de 200.000 birmanos habían abrazado el cristianismo, en gran parte gracias a la obra que él comenzó.
Hudson Taylor, otro gran misionero que trabajó en la China y sufrió muchas penalidades y quebrantos, dijo lo siguiente sobre las pruebas y tribulaciones: «Todo lo que Dios nos envía abunda en bendiciones. El Altísimo es bueno, obra el bien y únicamente el bien; y lo hace de continuo. Podemos tener la certeza de que tanto los tiempos de prosperidad como los momentos adversos abundan en bendiciones. No es necesario aguardar hasta ver el motivo por el que Dios nos ha afligido. El simple conocimiento de que todas las cosas redundan en bien a los que aman a Dios debiera satisfacernos.»
Rebeca --omitimos su verdadero nombre--, una joven nacida en la China en la época de la Revolución Cultural, fue rechazada y perseguida por la sociedad y las autoridades luego de convertirse al cristianismo. Sufrió graves dolencias --entre ellas, leucemia--, golpizas, el secuestro de su hija, interrogatorios y encarcelamientos. A pesar de todo, con discreción y con mucha firmeza de ánimo, ella y su esposo no dejaron de profesar su fe y de hablar a los demás del amor de Dios. Estuvieron 12 años en condiciones sumamente adversas, hasta que en 1992 ella pudo por fin abandonar el país. Desde entonces se dedica a atender por correspondencia a otros cristianos de China de reciente conversión, a quienes estimula a perseverar en la fe.
Saca provecho a tus impedimentos físicosSaca provecho a tus impedimentos físicos
Un impedimento físico --sea congénito o ad-
quirido a raíz de un accidente o enferme-
dad-- puede ser muy difícil de sobrellevar para un ser humano. El hecho de haber sufrido una pérdida irreversible, las limitaciones, el estigma que supone ser diferente, la humillación de verse obligado a depender de los demás hasta para las cosas más elementales, los interrogantes que lo asaltan a uno: «Dios mío, ¿por qué me ha sucedido a mí? ¿Por qué tengo que padecer esto?» Nadie es capaz de entenderlo a menos que haya pasado por lo mismo.
Si ese es tu caso, ¡no desmayes! Hay Alguien que entiende exactamente lo que sufres. Él se interesa hondamente por ti, más de lo que llegarás a comprender en esta vida. Quiere ayudarte a llevar una vida plena y productiva capaz de influir en muchas otras personas y enriquecerlas.
Una vez más, el secreto está en absorber la Palabra de Dios. Ésta te dará valor para confiar en Él, fe para creer que lo que te sucedió forma parte del amoroso designio que tiene para ti. Será fuente de consuelo e inspiración y volverá a darle a tu vida un curso positivo.
El sufrimiento nos enternece o nos endurece. Quienes no hacen sino lamentarse de lo que han perdido dan cabida al resentimiento, con lo cual espiritualmente acaban por perder mucho más de lo que han perdido en el plano físico. El resentimiento es el cáncer del alma.
Sin embargo, otras personas enfrentan con valor las mismas tragedias e impedimentos. Se niegan a darse por vencidas y ponen aún mayor empeño en superar su situación. Claman a Dios para que las ayude y adquieren una fe, una entereza y unas fuerzas que las personas que lo tienen todo ni siquiera echan en falta. Su genialidad es producto de su afán de superación. Dan un vuelco a las circunstancias a pesar de que las probabilidades les son adversas y, en consecuencia, llegan a ser fuente de estímulo para el resto la humanidad. Por la gracia de Dios contribuyen a hacer de este mundo un lugar mejor.
John Milton estaba ciego cuando escribió el poema épico más hermoso de la literatura inglesa, El paraíso perdido. Cervantes tenía inútil la mano izquierda cuando escribió El Quijote. Fanny Crosby también era invidente cuando escribió más de 6.000 himnos, entre los cuales se cuentan algunos de los cánticos religiosos más famosos y populares de todos los tiempos. Beethoven estaba sordo cuando compuso algunas de sus sinfonías más grandiosas.
Helen Keller era sorda y ciega. No obstante, aprendió a escribir e incluso a hablar. Su ejemplo ha inspirado a millones de personas, tanto sanas como incapacitadas. «Le agradezco a Dios mis impedimentos --llegó a decir--, pues gracias a ellos me encontré a mí misma, descubrí mi vocación y hallé a mi Dios.»
Los ejemplos contemporáneos abundan. Veamos algunos:
Cuando Wilma nació pesaba poco más de dos kilos. Contrajo una pulmonía, la polio y la escarlatina a la edad de 4 años. No aprendió a caminar hasta los 11. Pese a ello, se propuso hacer algo extraordinario, y lo logró. A los 20 años ganó tres medallas de oro en los Juegos Olímpicos de Roma (1960), más que ningún otro atleta. Wilma Rudolph fue en su época la mujer más rápida del mundo. Tuvo fe en que podía llegar a serlo.
Un grave accidente de tránsito obligó a un joven de 18 años a abandonar una prometedora carrera como guardameta de un equipo profesional de fútbol de primera línea: el Real Madrid. Se vio obligado a andar en silla de ruedas casi dos años. Mientras estuvo hospitalizado, un médico le obsequió una guitarra, despertando así su interés en la música. Varios años más tarde ganó un festival de la canción con una composición suya: La vida sigue igual. Aquel éxito le valió a Julio Iglesias su primer contrato discográfico y el inicio de una destacada vida profesional.
Se ha dicho que cuando Dios cierra una puerta abre una ventana. Tu impedimento bien podría ser tu salida y tu baza más importante. Podría realzar tu personalidad y ensanchar tu alma. Podría estimularte a seguir adelante. Podría inspirarte a crear cosas nuevas. Podría conducirte a forjar relaciones más profundas y dichosas. Depende de ti que todo eso se materialice o no. ¿Consideras tu discapacidad una maldición o una oportunidad disfrazada?
¡No te rindas! No te ahogues en las lágrimas. Sácale partido a tu impedimento. Construye un puente con tus sueños despedazados. Haz zarpar nuevamente tus naves aunque estén maltrechas y golpeadas.
Dios se propone valerse de tu impedimento físico para Su gloria. Si no te libra de esa deficiencia, será que tiene intenciones de que le des algún noble uso. Descúbrelo.
La voluntad recia y dura
cuando se empeña convierte
las montañas en llanura.
José Mª Pemán
Ð
Cuando van mal las cosas, como sucede a veces,
cuando la senda que sigues empinada parece,
cuando escasea el dinero y la deuda está elevada,
y quieres sonreír, pero te sale una expresión cansada,
cuando el afán y la brega te hacen bajar la vista,
date una tregua, si es preciso, pero no desistas.

La vida es misteriosa con sus curvas y recodos;
de eso tarde o temprano nos percatamos todos.
¡Pensar que tuvimos tantos proyectos fallidos
que hoy serían éxitos si hubiéramos persistido!
No te rindas aunque el progreso aparente ser muy lento;
¿Quién sabe? Puede que triunfes en el próximo intento.

Con frecuencia, la meta anhelada se halla
más cerca de lo que alcanza a creer el que desmaya.
Muy comúnmente el luchador flaquea en su deseo
cuando bien habría podido conquistar el trofeo,
y ya tarde se entera, llegada la anochecida,
de lo cerca que estaba la corona perdida.

El triunfo, créeme, tras la derrota aguarda,
oculto por las nubes de dudas que acobardan.
Es imposible precisar lo lejos que se encuentra;
puede estar cerca, ahí mismo, aunque no lo parezca.
Sigue, pues, luchando cuando te peguen más duro,
¡y nunca jamás te rindas, ni en el peor apuro!
Frank Stanton
Si sufrimos, Si sufrimos,
también reinaremos…también reinaremos…
La vida está llena de dificultades. Si nos des-
cuidamos, este mundo nos agobia con sus
innumerables problemas. Nos quedamos empantanados en ellos y no podemos ver más allá.
Dios quiere que miremos hacia adelante, por encima de los obstáculos que se nos presentan en el momento presente. No quiere que pensemos en función de las circunstancias del momento, sino de las posibilidades futuras. Tenemos que apartar la vista del fango y fijarla en las estrellas.
Cuando Jesús abandonó la Tierra y regresó al Cielo, explicó que iba delante de nosotros a fin de prepararnos un lugar donde habrá muchas moradas y donde no existirá más pena, dolor ni llanto.1
«Cosas que ojo no vio ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman.»2 La expectativa de las glorias, los placeres y los premios que nos aguardan en el Cielo hace más fáciles de sobrellevar las pruebas y tribulaciones del presente.

Ya nada importará al ver al buen Jesús;
se desvanecerá todo pesar.
Las penas del ayer se irán al verlo a Él.
Sigue luchando, pues, sin desmayar.

«Esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria. […] Pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas. Si sufrimos, también reinaremos con Él.»1
Nuestra estadía en la Tierra constituye una parte importante del plan divino para cada uno de nosotros; pero no lo es todo. Lo que experimentamos en nuestro tránsito por la vida hace de nosotros los hombres y mujeres que debemos ser para alcanzar los objetivos más inmediatos de Dios, del aquí y del ahora. Pero también cumple una finalidad a futuro, de cara a la vida venidera. Se trata de una preparación para todo lo que el Señor nos tiene deparado, a corto y a largo plazo.
De modo que cuando te veas asediado y zarandeado por tribulaciones, temores y preocupaciones, cuando la vida sea una lucha cotidiana y te preguntes si realmente vale la pena el esfuerzo, piensa en todo lo que te espera. Cuando llegues al final de la senda de la vida, te encuentres ante Jesús y entres en Su Reino celestial, recibirás una recompensa indescriptible por haber «peleado la buena batalla de la fe».2
Jesús promete: «Al que venciere le daré que se siente conmigo en Mi trono, así como Yo he vencido, y me he sentado con Mi Padre en Su trono».1
Sin duda la vida es una lucha. En cierto modo es aún más encarnizada ahora que antes que dieras cabida a Jesús en tu alma, porque el Diablo se propone impedirte que hagas la voluntad de Dios. Pero al menos ahora sabes que tus pruebas y dificultades tienen un propósito. Tu Padre celestial vela por ti con gran amor y ha dispuesto cada detalle relativo a tu vida. Sabe exactamente qué necesitas y en qué quiere que te conviertas. Promete además sacar algún provecho a cada dificultad. Te apoyará, te dará fuerzas y te sostendrá en cada prueba.
Él te ama, y todo lo que permita que te sobrevenga --ya parezca bueno o malo, ya sea una prueba o un castigo-- es para bien. Si en medio de ello confías en Él, te convertirás en una mejor persona, más madura, más amorosa, un instrumento más útil en Sus manos, una vasija con la cual Él podrá verter libremente las aguas de Su amor y Su Palabra para consolar y fortalecer a otros seres necesitados.
De modo que cuando lo veas todo tenebroso, confuso o turbio, cuando las lágrimas te bañen los ojos y la desesperación quiera apoderarse de tu corazón, aparta la mirada de ti mismo y de los males del mundo. Vuélvela hacia los ojos de Aquel que te ama y vela tiernamente por ti. Halla consuelo en Sus brazos y deja que Sus fortalecedoras Palabras de vida te infundan fe y paz interior.
Ten en cuenta todas las cosas con las que te ha favorecido y agradéceselas. Luego fija la vista en todo lo que te tiene preparado, las recompensas y las bendiciones que ha prometido para quienes perseveren y aguanten. Si tienes la mirada puesta en el galardón final --el Cielo--, cobrarás ánimo y no te cabrá duda de que todas las contrariedades por las que pases en esta vida bien valen la pena. Si pese a los escollos, obstáculos y pruebas que se te presenten, complaces al Señor perseverando en tu relación con Él y manifestando Su amor a los demás, de palabra y de hecho, Él te bendecirá concediéndote las peticiones de tu corazón para siempre. «Deléitate en el Señor, y Él te concederá las peticiones de tu corazón. Tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse.»1 ¡Sé un triunfador!
Promesas de
aplicación práctica Promesas de
aplicación práctica
La Biblia contiene cientos de promesas que fue-
ron escritas para cada uno de nosotros. No se
trata de meras palabras; como dijo Jesús, «son espíritu y son vida»,1 promesas de aplicación práctica que afianzarán tu fe en Dios y te impulsarán a vencer cualquier obstáculo que se te presente.
A continuación reproducimos unas cuantas, cuya veracidad ha sido probada por millones de personas a través de los tiempos. Tú también puedes afirmarte sobre ellas.

Cuando [...] pasen ustedes por todos estos sufrimientos y angustias, si se vuelven al Señor y le obedecen, Él, que es bondadoso, no los abandonará.
Deuteronomio 4:30-31, Versión Popular

Él es la Roca, cuya obra es perfecta, porque todos Sus caminos son rectitud; Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en Él; es justo y recto.
Deuteronomio 32:4

El Dios sempiterno es tu refugio; por siempre te sostiene entre Sus brazos.
Deuteronomio 33:27, Nueva Versión Internacional

El Señor es mi roca y mi fortaleza, y mi libertador.
2 Samuel 22:2

En Ti confiarán los que conocen Tu nombre, por cuanto Tú, oh Señor, no desamparaste a los que te buscaron.
Salmo 9:10

Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas le librará el Señor.
Salmo 34:19

¡Cuán preciosa, oh Dios, es Tu misericordia! Por eso los hijos de los hombres se amparan bajo la sombra de Tus alas.
Salmo 36:7

Echa sobre el Señor tu carga, y Él te sustentará; no dejará para siempre caído al justo.
Salmo 55:22

Desde el cabo de la tierra clamaré a Ti, cuando mi corazón desmayare. Llévame a la roca que es más alta que yo.
Salmo 61:2

Mi socorro viene del Señor, que hizo los Cielos y la Tierra.
Salmo 121:2

El día que clamé, me respondiste; me fortaleciste con vigor en mi alma.
Salmo 138:3

Si anduviere yo en medio de la angustia, Tú me vivificarás; [...] extenderás Tu mano, y me salvará Tu diestra.
Salmo 138:7

El que confía en el Señor estará seguro.
Proverbios 29:25

He aquí Dios es salvación mía; me aseguraré y no temeré; porque mi fortaleza y mi canción es el Señor, quien ha sido salvación para mí.
Isaías 12:2

No temas, porque Yo estoy contigo; no desmayes, porque Yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de Mi justicia.
Isaías 41:10

Yo el Señor soy tu Dios, quien te sostiene de tu mano derecha, y te dice: «No temas, Yo te ayudo».
Isaías 41:13

Los montes se moverán, y los collados temblarán, pero no se apartará de ti Mi misericordia.
Isaías 54:10

No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros.
Juan 14:18

Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a Su propósito son llamados.
Romanos 8:28

No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar.
1 Corintios 10:13

A Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús.
2 Corintios 2:14

Me ha dicho: «Bástate Mi gracia; porque Mi poder se perfecciona en la debilidad». Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.
2 Corintios 12:9-10

No te desampararé, ni te dejaré.
Hebreos 13:5

Vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro que es perecedero, aunque se pruebe con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso.
1 Pedro 1:6-8

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