jueves, 24 de enero de 2013
Gracias a todos los visitantes de este blog
Se les comunica a todos que las demas lecturas de la REVISTA CONECTATE estan en su pagina web que pueden visitar que es www.conectate.org desde ya gracias a todos por visitar este blog que Dios bendiga a cada uno de ustedes
martes, 5 de julio de 2011
REVISTA CONECTATE 129 – Julio de 2011: Amor y Compasión
He leído tantas veces este pasaje de la Biblia que ya perdí la cuenta. Años atrás me lo aprendí de memoria, y ha aparecido con frecuencia en estas páginas. Un compañero le puso música, y es una de mis canciones favoritas1: «Venid a Mí todos los que estáis trabajados y cargados, y Yo os haré descansar. Llevad Mi yugo sobre vosotros, y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque Mi yugo es fácil, y ligera Mi carga»2. Ese pasaje siempre me ha fascinado, pero hace poco leí una exégesis que arrojó nueva luz sobre esos preciados versículos.
El reconocido escritor Philip Yancey expone: «Yo abrigaba la creencia de que el cristianismo resolvía problemas y facilitaba la existencia. Ahora cada vez me convenzo más de que mi fe en realidad complica la vida, en ciertos aspectos en que debiera ser complicada. Mi fe cristiana no me permite desentenderme de la ecología y el medio ambiente, de la pobreza y la problemática de los sin techo, del racismo y la persecución religiosa, de la injusticia y la violencia. Dios no me da esa opción».
Seguidamente Yancey explica ese conocido pasaje de la siguiente manera: «Jesús nos ofrece consuelo, pero ese consuelo consiste en asumir una nueva carga, Su carga. Nos ofrece una paz que trae consigo una agitación que antes no teníamos, un descanso que incluye nuevas tareas»3.
¿Cuáles son esas nuevas tareas? Jesús las detalló cuando sintetizó la fe cristiana: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo»4. Amar a los demás como nos amamos a nosotros no es algo que nos nazca, y rara vez es fácil. No obstante, es uno de los secretos de la felicidad, la satisfacción y el éxito en la vida.
Cuélgate el yugo de Jesús y entrégale el tuyo. No hay trueque más ventajoso.
Gabriel
En nombre de Conéctate
El reconocido escritor Philip Yancey expone: «Yo abrigaba la creencia de que el cristianismo resolvía problemas y facilitaba la existencia. Ahora cada vez me convenzo más de que mi fe en realidad complica la vida, en ciertos aspectos en que debiera ser complicada. Mi fe cristiana no me permite desentenderme de la ecología y el medio ambiente, de la pobreza y la problemática de los sin techo, del racismo y la persecución religiosa, de la injusticia y la violencia. Dios no me da esa opción».
Seguidamente Yancey explica ese conocido pasaje de la siguiente manera: «Jesús nos ofrece consuelo, pero ese consuelo consiste en asumir una nueva carga, Su carga. Nos ofrece una paz que trae consigo una agitación que antes no teníamos, un descanso que incluye nuevas tareas»3.
¿Cuáles son esas nuevas tareas? Jesús las detalló cuando sintetizó la fe cristiana: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo»4. Amar a los demás como nos amamos a nosotros no es algo que nos nazca, y rara vez es fácil. No obstante, es uno de los secretos de la felicidad, la satisfacción y el éxito en la vida.
Cuélgate el yugo de Jesús y entrégale el tuyo. No hay trueque más ventajoso.
Gabriel
En nombre de Conéctate
lunes, 4 de julio de 2011
jueves, 23 de junio de 2011
Parajes desolados
Camino tedioso. ¡No se duerma! No era el primer letrero de ese tipo con que nos topábamos. Desde hacía varias horas, hasta donde alcanzaba la vista no se veían más que interminables tramos de desierto, saguaros y algún que otro árbol de mezquite. Estaba cruzando con mi marido el desierto de Chihuahua, el tercero más extenso de América.
Un rato después nos detuvimos en una estación de servicio, la primera construcción que veíamos en más de una hora. Me bajé del vehículo para estirar las piernas. Mientras mi marido pagaba el combustible, me puse a conversar con el joven que nos atendía.
—¿Eres de aquí?
—Sí, señora.
—Debe de ser difícil vivir en un sitio tan aislado. ¿No te sientes solo? ¿No te aburres? —le pregunté.
—No, señora —me respondió—. Dios está aquí. Lo veo en la naturaleza —y se puso a enumerar—: Hay camaleones, coyotes y serpientes de cascabel, correcaminos que persiguen lagartijas, y águilas reales que andan en busca de liebres. Y esta tierra árida y arenosa nos da las deliciosas pitahayas y los nopales.
Su candor y entusiasmo fueron tan refrescantes como inesperados.
Más tarde, mientras seguíamos nuestro recorrido por aquellos parajes desolados que no parecían acabar nunca, pensé en lo que me había dicho aquel joven y recordé a otras personas a las que Dios se manifestó en áridos páramos.
Agar huyó al desierto, donde Dios salió a su encuentro y la bendijo (Génesis, capítulo 16).
Dios llamó a Moisés en el desierto del Sinaí (Éxodo 3:1-10), y fue ahí mismo donde le entregó los 10 mandamientos (Éxodo 19:1,3).
Elías se refugió en un desierto pelado y escuchó allí la voz de Dios (1 Reyes 19:7,8,13).
Juan el Bautista vivió en el desierto hasta que recibió de Dios el llamamiento de preparar el camino para el Mesías (Lucas 1:80; 3:2).
Jesús venció las tentaciones de Satanás en el desierto al que se retiró antes de comenzar Su obra pública (Mateo 4:1).
Dios envió a Felipe a un camino desértico para que le explicara a un eunuco etíope cómo podía salvarse (Hechos 8:26-39).
¿Y tú? ¿Sientes que estás atravesando algún desierto árido y desolado? Anímate. Dios está allí.
Un rato después nos detuvimos en una estación de servicio, la primera construcción que veíamos en más de una hora. Me bajé del vehículo para estirar las piernas. Mientras mi marido pagaba el combustible, me puse a conversar con el joven que nos atendía.
—¿Eres de aquí?
—Sí, señora.
—Debe de ser difícil vivir en un sitio tan aislado. ¿No te sientes solo? ¿No te aburres? —le pregunté.
—No, señora —me respondió—. Dios está aquí. Lo veo en la naturaleza —y se puso a enumerar—: Hay camaleones, coyotes y serpientes de cascabel, correcaminos que persiguen lagartijas, y águilas reales que andan en busca de liebres. Y esta tierra árida y arenosa nos da las deliciosas pitahayas y los nopales.
Su candor y entusiasmo fueron tan refrescantes como inesperados.
Más tarde, mientras seguíamos nuestro recorrido por aquellos parajes desolados que no parecían acabar nunca, pensé en lo que me había dicho aquel joven y recordé a otras personas a las que Dios se manifestó en áridos páramos.
Agar huyó al desierto, donde Dios salió a su encuentro y la bendijo (Génesis, capítulo 16).
Dios llamó a Moisés en el desierto del Sinaí (Éxodo 3:1-10), y fue ahí mismo donde le entregó los 10 mandamientos (Éxodo 19:1,3).
Elías se refugió en un desierto pelado y escuchó allí la voz de Dios (1 Reyes 19:7,8,13).
Juan el Bautista vivió en el desierto hasta que recibió de Dios el llamamiento de preparar el camino para el Mesías (Lucas 1:80; 3:2).
Jesús venció las tentaciones de Satanás en el desierto al que se retiró antes de comenzar Su obra pública (Mateo 4:1).
Dios envió a Felipe a un camino desértico para que le explicara a un eunuco etíope cómo podía salvarse (Hechos 8:26-39).
¿Y tú? ¿Sientes que estás atravesando algún desierto árido y desolado? Anímate. Dios está allí.
sábado, 18 de junio de 2011
Peldaños
La próxima vez que sufras un bajón, es posible que estés a punto de descubrir lo cerca de ti que está el Señor y cuánto se preocupa de tu bienestar. Suele ser en los períodos más duros de la vida cuando comprendemos que Jesús está siempre a nuestro lado. Él nos ama, desea lo mejor para nosotros y es capaz de lograr resultados positivos a partir de cualquier cosa que nos suceda, aun de las adversidades. Cada dificultad o decepción puede llegar a ser un peldaño que nos conduzca a mayores satisfacciones.
El amoroso plan de Dios
El Señor ha prometido en Su Palabra que todas las cosas redundan en bien de los que aman a Dios1. Como hijo del Señor que eres, Él no permitirá que te pase nada que no sea para tu provecho. Aunque es posible que hayas tenido muchas experiencias que en su momento no te parecieron gratas ni alentadoras, tarde o temprano descubrirás que de alguna manera fueron positivas.
Las respuestas del Señor a nuestras oraciones son infinitamente perfectas. A veces, sin embargo, Él no nos responde tal como quisiéramos, porque conoce el futuro y sabe que nuestros deseos, si nos los concediera, podrían perjudicar a otras personas o dañarnos a nosotros mismos. Con frecuencia, más tarde caemos en la cuenta de que lo que pedíamos era en realidad una piedra con apariencia de pan, mientras que Él pretendía darnos un pan que a nosotros, por nuestra miopía, nos parecía una piedra2 .
La hora más oscura
Los designios divinos no siempre se ven claros en un primer momento; pero en toda situación podemos tener la seguridad de que estamos a Su cuidado y de que al final, sea como sea, todo redundará en nuestro bien. Cuando pases por una temporada dura, a pesar de las dificultades, de la confusión que sientas, de la decepción o el desengaño que te hayas llevado, de la pérdida que hayas sufrido, debes aferrarte a la certeza de que Dios te ama. Su amor es inmutable, infalible, interminable. Por muy negro que se presente el panorama, por difícil que se torne la lucha, por muy largo y tétrico que se vea el túnel y por muy intenso que sea tu dolor, Él te ama. Y Él no es mezquino con Su amor. No nos lo entrega con cuentagotas a medida que nos lo vamos mereciendo. Lo reparte siempre con gran liberalidad.
Aun en los momentos más críticos y difíciles, el Señor es un «amigo más unido que un hermano»3. «Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque Tú estarás conmigo; Tu vara y Tu cayado me infundirán aliento»4. Él nos acompaña en la hora más sombría, en los momentos de prueba, en medio de la confusión. Está con nosotros en nuestra más honda desesperación. Permanece a nuestro lado porque nos ama y quiere sacarnos adelante.
A Jesús no le gusta vernos sufrir y pasar desdichas. Pero sabe que esas experiencias nos hacen bien, nos convierten en la clase de personas que Él sabe que podemos llegar a ser.
El sendero hacia la gloria
Cuando llegues al final del sendero de la vida y veas en retrospectiva todo lo que te ha acontecido, comprenderás cuánto te ha amado el Señor y lo fielmente que te ha cuidado a lo largo del recorrido, particularmente cuando éste se te hacía cuesta arriba. Entonces entenderás claramente que las rocas con las que te encontraste en el camino no estaban ahí para hacerte tropezar, sino que eran peldaños para permitirte acceder a cosas mejores.
Por muchos recodos que dé el camino, recuerda que Jesús está contigo. Él cuida de ti y a la postre hará que incluso las peores situaciones redunden en tu bien. Lo ha prometido.
El amoroso plan de Dios
El Señor ha prometido en Su Palabra que todas las cosas redundan en bien de los que aman a Dios1. Como hijo del Señor que eres, Él no permitirá que te pase nada que no sea para tu provecho. Aunque es posible que hayas tenido muchas experiencias que en su momento no te parecieron gratas ni alentadoras, tarde o temprano descubrirás que de alguna manera fueron positivas.
Las respuestas del Señor a nuestras oraciones son infinitamente perfectas. A veces, sin embargo, Él no nos responde tal como quisiéramos, porque conoce el futuro y sabe que nuestros deseos, si nos los concediera, podrían perjudicar a otras personas o dañarnos a nosotros mismos. Con frecuencia, más tarde caemos en la cuenta de que lo que pedíamos era en realidad una piedra con apariencia de pan, mientras que Él pretendía darnos un pan que a nosotros, por nuestra miopía, nos parecía una piedra2 .
La hora más oscura
Los designios divinos no siempre se ven claros en un primer momento; pero en toda situación podemos tener la seguridad de que estamos a Su cuidado y de que al final, sea como sea, todo redundará en nuestro bien. Cuando pases por una temporada dura, a pesar de las dificultades, de la confusión que sientas, de la decepción o el desengaño que te hayas llevado, de la pérdida que hayas sufrido, debes aferrarte a la certeza de que Dios te ama. Su amor es inmutable, infalible, interminable. Por muy negro que se presente el panorama, por difícil que se torne la lucha, por muy largo y tétrico que se vea el túnel y por muy intenso que sea tu dolor, Él te ama. Y Él no es mezquino con Su amor. No nos lo entrega con cuentagotas a medida que nos lo vamos mereciendo. Lo reparte siempre con gran liberalidad.
Aun en los momentos más críticos y difíciles, el Señor es un «amigo más unido que un hermano»3. «Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque Tú estarás conmigo; Tu vara y Tu cayado me infundirán aliento»4. Él nos acompaña en la hora más sombría, en los momentos de prueba, en medio de la confusión. Está con nosotros en nuestra más honda desesperación. Permanece a nuestro lado porque nos ama y quiere sacarnos adelante.
A Jesús no le gusta vernos sufrir y pasar desdichas. Pero sabe que esas experiencias nos hacen bien, nos convierten en la clase de personas que Él sabe que podemos llegar a ser.
El sendero hacia la gloria
Cuando llegues al final del sendero de la vida y veas en retrospectiva todo lo que te ha acontecido, comprenderás cuánto te ha amado el Señor y lo fielmente que te ha cuidado a lo largo del recorrido, particularmente cuando éste se te hacía cuesta arriba. Entonces entenderás claramente que las rocas con las que te encontraste en el camino no estaban ahí para hacerte tropezar, sino que eran peldaños para permitirte acceder a cosas mejores.
Por muchos recodos que dé el camino, recuerda que Jesús está contigo. Él cuida de ti y a la postre hará que incluso las peores situaciones redunden en tu bien. Lo ha prometido.
martes, 14 de junio de 2011
REVISTA CONECTATE 128 – Junio de 2011: Resiliencia, Venciendo Adversidades
En la tarde del 9 de diciembre de 1914 un incendio, producto de una explosión, arrasó con un complejo industrial de la localidad de West Orange, en Estados Unidos. Por lo menos 10 edificios quedaron destruidos, y con ellos se fueron al traste años de investigación y experimentos. En aquel momento se estimó que las pérdidas ascendieron a unos 7 millones de dólares, equivalentes a unos 148 millones de hoy.
—Con esto se hicieron humo todos nuestros errores —expresó el fundador y director ejecutivo de la planta mientras observaba impotente los edificios en llamas—. Aunque tengo 67 años —le manifestó a un periodista del New York Times que estaba presente en el momento del siniestro—, volveré a empezar todo mañana.
A la mañana siguiente apareció un aviso en el periódico en el que se llamaba a los 7.000 empleados de la empresa a presentarse cuanto antes a trabajar para emprender las labores de reconstrucción. Un desastre de menores proporciones habría desmoralizado a casi cualquiera. No obstante, años de pruebas y errores habían condicionado a Thomas Edison a ver los desastres como oportunidades.
La mayor parte de los reveses a los que nos enfrentamos son mucho menos catastróficos que el sufrido por Edison; pero tienen dos cosas en común con la desgracia que le sobrevino al famoso inventor. En primer lugar, sean de la naturaleza que sean, nos presentan una alternativa: ¿Cómo vamos a actuar ante esa alteración de las circunstancias? En segundo lugar, dependiendo de nuestra reacción, esas calamidades nos cambian a nosotros, para bien o para mal.
En cuanto al primer punto, el optimismo y la determinación son fuerzas muy poderosas para sacar el mejor partido de circunstancias difíciles. Y si encima invocamos la ayuda del Todopoderoso, las probabilidades de un desenlace favorable aumentan formidablemente. «Los ojos del Señor recorren toda la Tierra para sostener a aquellos cuyo corazón está con Él íntegramente» (2 Crónicas 16:9 (LPD).
En cuanto al segundo, si pedimos a Dios que se sirva de todo trance y de toda prueba para hacer de nosotros mejores personas, Él lo hace. «Esta es la confianza que tenemos en Él, que si pedimos alguna cosa conforme a Su voluntad, Él nos oye» (1 Juan 5:14). Es más, Él nos presta particular atención cuando le pedimos que nos haga cambiar para bien.
Gabriel
En nombre de Conéctate
—Con esto se hicieron humo todos nuestros errores —expresó el fundador y director ejecutivo de la planta mientras observaba impotente los edificios en llamas—. Aunque tengo 67 años —le manifestó a un periodista del New York Times que estaba presente en el momento del siniestro—, volveré a empezar todo mañana.
A la mañana siguiente apareció un aviso en el periódico en el que se llamaba a los 7.000 empleados de la empresa a presentarse cuanto antes a trabajar para emprender las labores de reconstrucción. Un desastre de menores proporciones habría desmoralizado a casi cualquiera. No obstante, años de pruebas y errores habían condicionado a Thomas Edison a ver los desastres como oportunidades.
La mayor parte de los reveses a los que nos enfrentamos son mucho menos catastróficos que el sufrido por Edison; pero tienen dos cosas en común con la desgracia que le sobrevino al famoso inventor. En primer lugar, sean de la naturaleza que sean, nos presentan una alternativa: ¿Cómo vamos a actuar ante esa alteración de las circunstancias? En segundo lugar, dependiendo de nuestra reacción, esas calamidades nos cambian a nosotros, para bien o para mal.
En cuanto al primer punto, el optimismo y la determinación son fuerzas muy poderosas para sacar el mejor partido de circunstancias difíciles. Y si encima invocamos la ayuda del Todopoderoso, las probabilidades de un desenlace favorable aumentan formidablemente. «Los ojos del Señor recorren toda la Tierra para sostener a aquellos cuyo corazón está con Él íntegramente» (2 Crónicas 16:9 (LPD).
En cuanto al segundo, si pedimos a Dios que se sirva de todo trance y de toda prueba para hacer de nosotros mejores personas, Él lo hace. «Esta es la confianza que tenemos en Él, que si pedimos alguna cosa conforme a Su voluntad, Él nos oye» (1 Juan 5:14). Es más, Él nos presta particular atención cuando le pedimos que nos haga cambiar para bien.
Gabriel
En nombre de Conéctate
viernes, 10 de junio de 2011
Para progresar hay que cambiar
El progreso puede ser un arma de dos filos. Por una parte es maravilloso, porque nos acerca a nuestras metas. Por otra parte, los cambios que el progreso exige pueden producirnos cierta incomodidad e inseguridad, o tener un efecto desestabilizador. Los beneficios son atractivos, pero muchas veces preferiríamos saltarnos la difícil fase de transición. Eso sería fantástico, no lo niego; pero la realidad es otra.
Aunque resistirse a cambiar es propio de la naturaleza humana, es posible superar esa propensión. Todos podemos optar por ser impulsores de los cambios.
Un consejo básico es no afrontar una ola de cambios con miedo, como esperando lo peor. El surfista no se parapeta detrás de su tabla para intentar frenar la ola. Más bien, antes que ésta lo alcance se pone a remar en el mismo sentido, de modo que la ola lo arrastre cuando llegue donde él está. El tablista confía en que la ola lo alce y lo impulse. Precisamente esa confianza hace que la experiencia sea electrizante.
En toda época de avatares es vital aferrarse al amor infalible y omnisciente de Dios. Recuerda que Él es dueño de la situación y tiene en cuenta lo que más te conviene. Independientemente de lo que haya sucedido antes o lo que vaya a acontecer más adelante, Dios es tu constante (Malaquías 3:6), tu pastor celestial (Salmo 23:1), y no te llevará por mal rumbo ni te conducirá a situaciones perjudiciales (Jeremías 29:11). El amor que abriga por ti nunca mengua (Jeremías 31:1). Su poder y fortaleza nunca merman (Judas 25).
La seguridad de que cuentas con ese poder y ese respaldo te permite encarar positivamente los altibajos de la vida. La promesa de que «a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien» (Romanos 8:28) te permite concentrarte en las posibilidades y no en los problemas. «¿Qué nuevas oportunidades puede traer aparejadas este cambio? ¿De qué manera puede ayudarme Dios a revertir esta situación potencialmente negativa?» Es lo que se conoce como fe expectante.
Tal grado de fe se adquiere pasando ratos con Dios, leyendo Su Palabra, abriéndole nuestro corazón, escuchando lo que nos quiere decir y alabándolo por Su bondad. En cambio, si nos empeñamos en resolver las cosas por nuestra cuenta o desatendemos nuestras necesidades espirituales, difícilmente tendremos la fe necesaria para hacer frente a las vicisitudes. Dedícale un espacio de tiempo a Dios todos los días. Considera ese rato sagrado. En esos momentos de comunión íntima Él fortalecerá y renovará tu espíritu (Isaías 40:31). Así estarás listo para cualquier cosa, pues tendrás la certeza de que Dios te va a sacar adelante.
Aunque resistirse a cambiar es propio de la naturaleza humana, es posible superar esa propensión. Todos podemos optar por ser impulsores de los cambios.
Un consejo básico es no afrontar una ola de cambios con miedo, como esperando lo peor. El surfista no se parapeta detrás de su tabla para intentar frenar la ola. Más bien, antes que ésta lo alcance se pone a remar en el mismo sentido, de modo que la ola lo arrastre cuando llegue donde él está. El tablista confía en que la ola lo alce y lo impulse. Precisamente esa confianza hace que la experiencia sea electrizante.
En toda época de avatares es vital aferrarse al amor infalible y omnisciente de Dios. Recuerda que Él es dueño de la situación y tiene en cuenta lo que más te conviene. Independientemente de lo que haya sucedido antes o lo que vaya a acontecer más adelante, Dios es tu constante (Malaquías 3:6), tu pastor celestial (Salmo 23:1), y no te llevará por mal rumbo ni te conducirá a situaciones perjudiciales (Jeremías 29:11). El amor que abriga por ti nunca mengua (Jeremías 31:1). Su poder y fortaleza nunca merman (Judas 25).
La seguridad de que cuentas con ese poder y ese respaldo te permite encarar positivamente los altibajos de la vida. La promesa de que «a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien» (Romanos 8:28) te permite concentrarte en las posibilidades y no en los problemas. «¿Qué nuevas oportunidades puede traer aparejadas este cambio? ¿De qué manera puede ayudarme Dios a revertir esta situación potencialmente negativa?» Es lo que se conoce como fe expectante.
Tal grado de fe se adquiere pasando ratos con Dios, leyendo Su Palabra, abriéndole nuestro corazón, escuchando lo que nos quiere decir y alabándolo por Su bondad. En cambio, si nos empeñamos en resolver las cosas por nuestra cuenta o desatendemos nuestras necesidades espirituales, difícilmente tendremos la fe necesaria para hacer frente a las vicisitudes. Dedícale un espacio de tiempo a Dios todos los días. Considera ese rato sagrado. En esos momentos de comunión íntima Él fortalecerá y renovará tu espíritu (Isaías 40:31). Así estarás listo para cualquier cosa, pues tendrás la certeza de que Dios te va a sacar adelante.
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